Uno de los manjares más apetecidos en la mesa es la papa, sea frita, al horno, en puré. Los más entendidos en la cocina ponderan las bondades de la súper chola, una variedad que se logró luego de 20 años de investigaciones genéticas.

Germán  Bastidas, el creador de la súper chola, tiene 80 años y puede considerarse uno de los primeros genetistas del Ecuador. Es el quinto de los doce hijos de Manuel J. Bastidas, quizás el más prolífico investigador en genética del país, un autodidacta graduado de profesor pero que se dedicó a la agricultura desde inicios del siglo pasado. En ese entonces, la genética era poco conocida en el país y para comprender sus principios, Manuel tuvo que aprender francés para traducir la escasa literatura especializada. En 1938, fue contratado para dirigir una estación experimental de papas en Colombia y en dos meses había producido 8.000 híbridos. Nueve años después falleció.

Su hijo Germán, entonces de 23 años, ayudaba a mantener su casa y estudiaba genética de dos a cinco de la mañana, una costumbre que mantiene.

Publicidad

Él llegó a trabajar con catorce especies vegetales (papa, trigo, maíz, fréjol, haba, arveja, repollo, geranio, gladiolo, pensamientos, guantos, pastos, alfalfa y taxo) y cuatro animales (ganado, caballo de paso, gallo de pelea y cuyes).

Uno de sus principales logros fue la obtención del ganado Pizán, “un trabajo que empleó 70 años de las vidas de mi padre y la mía juntas”. Dos años antes de morir, su padre le entregó 45 vacas selectas que se cruzaron por una sola vez con un ejemplar Holstein de alta calidad. Los ejemplares sobresalientes fueron estudiados para determinar su potencial para adaptarse a alturas, su docilidad y su productividad.

Los trabajos para el mejoramiento del trigo permitieron obtener una variedad cuya producción subió de 10 mil a 400 mil quintales. Pero la experiencia a la que considera la cumbre de su carrera es la obtención de la súper chola, para lo cual fueron necesarios 20 mil cruzamientos.

Publicidad

Esa variedad salió al mercado en 1984 entre el escepticismo del Gobierno. “Nadie nos hizo caso, así que repartimos gratuitamente, entre los productores pequeños, paquetes de 20 a 30 papas para que a su vez las sembraran, con el compromiso de entregar paquetes iguales a otros productores”. Así se creó una cadena de distribución. La nueva variedad fue patentada sin que hubiera reconocimiento alguno, “siempre he trabajado por mi cuenta, sin esperar que el Estado financie mis investigaciones”. Por eso, quizás, sigue experimentando en la pequeña huerta de su casa en Ibarra, donde ha convertido maceteros en laboratorios.