El Gobierno parece una obra supertaquillera de Mel Gibson. En doce horas, o quizás menos, pasa de una aparente normalidad a la más profunda crisis de estabilidad, matizada por golpes, empujones, dichos y desdichos. De latigazos y crucifixiones que parecen marcar definitivamente un dramático fin.

Sin embargo, más rápido que en la más reciente historia de Gibson, este resucita y comienza a levantarse a las 48 horas, y no a los tres días. Y empieza enseguida su nueva carrera de desgaste e incoherencias hasta que se precipite, quizás más pronto que tarde, una nueva crisis de la que nadie se atreve ya a pronosticar.

Es, para seguir con las comparaciones, parecido al ave fénix, en eso de que se levanta rápidamente de entre las cenizas. Pero el problema es que al Gobierno ecuatoriano ya se le está haciendo costumbre andar en medio de las cenizas y parece dispuesto a pasar los próximos dos años y medio haciéndola de bombero cada día, apagando los incendios que él y sus principales colaboradores provocan con una facilidad que asombra.

Y si de comparaciones se trata, hay que respetar las que han surgido del propio entorno presidencial. La de un camaleónico abogado, por ejemplo, ahora sorpresivamente muy cercano al régimen, que dijo sin empacho recientemente que los ministros que rodean al Presidente son “burros”. Y ante la sorpresa nacional, ninguno de los aludidos salió a hacer frente a este calificativo, lo que podría interpretarse como una aceptación.

Quizás el único que decidió, en silencio, despojarse de las orejas y entregar su “establo” (siempre con la referencia del calificativo que les dio el nuevo asesor), ha sido el ministro Mauricio Pozo, quien hasta el momento de escribir estas líneas parecía haber renunciado y tener reemplazo nombrado.

Y aunque era una medida muy ansiada por muchos hacia dentro, sin duda debe ser muy cuestionada hacia fuera y específicamente en los organismos internacionales de crédito, que tenían en él un importante aliado macromonetarista. Sin reparar en los “daños colaterales” que sus acciones dejaron en los estómagos y la integridad de millones de ecuatorianos.

Y no podemos terminar este texto comparativo sin hablar de aquella, zoológica también, que ha hecho de sí mismo el propio presidente Gutiérrez. Él es el “buey manso”, según sus palabras. Aquel, interpretamos, que se dedica sin decir nada a arar el terreno en el que diversidad de patrones siembran y cosechan para su beneficio. Aquel acostumbrado a llevar la carga que otros disfrutarán. Y es que debe resultarle ilógico que, pese a su eficiente trabajo de fuerza, se lo quiera también echar del establo.

Ha advertido, sin embargo, a todos esos que intentan sacarlo del ruedo, que “se cuiden de la patada del buey manso”. Aquella que según, el lenguaje del campo, suele ser mucho más fuerte y certera que la de los bueyes bravos. Para hacerlo, necesariamente el buey deberá utilizar una de sus fuertes patas traseras, y estar muy bien apoyado en las otras tres. ¿Será posible esto en el Gobierno?

Hasta aquí las comparaciones.