Aproximadamente 325 millones de niños hay fuera de la escuela, de los cuales 183 millones son niñas. Solo en el continente africano hay casi 12 millones de niños huérfanos porque sus padres portaban el VIH y esto sin contar con los demás huérfanos que dejarán las casi 34 millones de personas que en todo el mundo viven con el VIH.

Los niños del planeta, entre sus ejemplos, cuentan con casi 854 adultos analfabetos y de ellos, 543 son mujeres.

En el Ecuador, una de cada tres escuelas es unidocente. La desnutrición crónica afecta al 45% de niños y al 70% de niños de los cantones de la Sierra. La anemia afecta al 72% de los niños menores de un año, y al 40% de las mujeres embarazadas.

Puede ser que pensemos que todo ello solo le sucede a ese 80% de la población ecuatoriana que es pobre; es decir, a la gente que no tiene un ingreso mayor a un dólar diario. Yo lo dudo, y lo dudo porque harta información nos han regalado para no dudar que ese grupo de niños pertenecientes a esas familias casi no pobres, que son de dos a tres niños por familia y que, en el mejor de los casos, van a la escuela, comen de dos a tres veces al día y duermen en camas limpias; no tienen un futuro digno e integral garantizado. Ya sea por sufrir la ausencia de sus padres porque ambos –o uno de ellos– dejaron este país en busca de un mejor futuro, o ya sea porque en sus escuelas, si se pueden llamar así, son presas indefensas de acosos sexuales o de chantajes económicos por parte de quienes se dicen llamar maestros.

Por otro lado, los niños y jóvenes propios del reducido círculo de quienes viven mejor, tampoco se escapan del riesgo de crecer sin esperanza, ya sea por atestiguar un mundo adulto de violencia sofisticada, por el descontrolado acceso a la información, por lo que se enteran por las conversaciones de “grandes”, por la intoxicación que genera ver a sus padres comprar influencias y por el machismo elegantemente cruel.

Los niños de ayer, pobres o ricos, son los jóvenes de hoy. Jóvenes que, en su mayoría, creen que para ser el dueño del mundo hay que ser el más fuerte, no el mejor; que para tener éxito solo basta agrupar toda la riqueza posible; y que la honestidad no es buena inversión.

Habrá quienes piensen que todo lo dicho aquí no se refiere a sus niños. También lo dudo; pero en el evento que me equivoque, no deja de ser posible que en un futuro no muy lejano, esos “otros niños” –desnutridos y violentados–, agredan a los nuestros, sea porque un día se conviertan en sus gobernantes o sea porque un día les pongan la pistola en la cabeza. Por ello, llamar “nuestros” solo a nuestra descendencia, es un error que nos puede costar la vida.