Con sus hermanas, Mariuxi, de 13 y Johanna, de 10, cada mañana, de 07h30 a 14h00, suben y bajan de los buses  cantando rancheras y recogiendo las monedas que les dan algunos pasajeros.

Es su madre, Felícita Martínez, quien las deja en la esquina de las calles Portete y Quito, mientras ella continua su camino al sur de la ciudad, donde lava ropa hasta la tarde que recoge a las niñas en el mismo lugar para retornar a su casa, en la isla Trinitaria.

Su progenitora sabe que los niños no deben trabajar, pero dice que su esposo la abandonó y que de algún modo debe mantener a sus nueve hijos, de 18 a 6 años de edad.

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Por la difícil situación económica de su mamá, este año Gina no está yendo a la escuela, aunque demuestra que todavía no se ha olvidado de sumar ni restar. “Doce más doce son 24. También me sé el abecedario”, dice tímidamente mientras busca un bus donde trabajar.