Ese espacio, ubicado en la calle de Londres, fue donde la artista mexicana vivió, amó y murió.

La Casa Azul de Coyoacán, ubicada en la calle de Londres, fue el lugar donde vivió, amó y murió la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954), quien supo escapar al dolor a través de la pintura. Ahora, casi cincuenta años después de su muerte, el que fuera su hogar se ha convertido en un alegre museo que ha sido restaurado para mostrar ese mundo de color que rodeó a la artista.

La coordinadora del museo, Hilda Trujillo, dijo que se hizo un replanteamiento museográfico, “se mejoró la iluminación, se reabrieron todas las ventanas y se le devolvió el color original a la casa que habitó el matrimonio de Frida Kahlo y el muralista Diego Rivera”. La restauración es solo una parte del homenaje nacional que se le rinde en México a la pintora medio siglo después de su muerte, que incluye exposiciones, conferencias y presentaciones de libros.

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El espacio fascinante que habitó Frida desde su nacimiento el 6 de julio de 1907, cautiva desde la entrada con dos enormes Judas de cartón (muñecos que por lo general evocan a personajes públicos) que dan la bienvenida.

A primera vista se distinguen árboles y alcatraces (anturios) mientras que al frente de la casa se aprecia una pirámide que construyó Diego Rivera (1886-1957) para exhibir algunas figuras de su colección de piezas prehispánicas. La belleza del patio denota la magia y el folklore con que vivió la pareja. En las habitaciones de antaño hay hoy una galería de arte plagada de figuras prehispánicas y occidentales.

En ese recorrido también se encuentra su diario, figuras talladas en madera, los trajes típicos que caracterizaron su modo de vestir y otros accesorios. En cada uno de los cuadros que cuelgan de los muros se ve el dolor ocasionado por el accidente de tráfico que sufrió en 1925 y que marcó su vida, así como por sus abortos, pero también la alegría y la pasión con que vivió.

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Desde la puerta de la cocina se divisa el nombre de Diego y Frida escrito con jarros en miniatura clavados en lo alto de la pared, mientras que en una larga estufa de leña se encuentran enormes cazuelas en donde en algún tiempo la artista cocinó. En el comedor están otros Judas, mientras que en las vitrinas parecen desparramarse juguetes, figurillas de barro y vajillas completas de vidrio soplado.

Al lado del comedor está la sobria habitación de Diego Rivera con su cama, su overol, sus botas, su sombrero y sus bastones, mientras que en la mesita de noche se aprecia una foto del artista con su hermano gemelo. En la parte alta de la casa se descubre el espacio creativo de Frida, donde se muestran los exvotos que coleccionó, pequeñas pinturas sobre metal con las que alguien pide a un santo favores o una mejor salud.

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Al final de las escaleras, de piedra volcánica, está el estudio de Frida que contiene entre otras piezas dos de los cuadros que dejó inconclusos, su escritorio con sus pinceles, su paleta y frente al caballete su silla de ruedas, obsequio de Nelson Rockefeller.

En el dormitorio mayor está su cama con espejo en el techo, decorada con pequeños Judas, su tocadiscos, su mesa de noche y su ventana decorada con su colección de juguetes y caracoles marinos.

En el otro reposan sus cenizas en una urna de barro que siempre tiene como ofrenda un par de alcatraces blancos.

Sobre la cama, en la que murió, está su máscara mortuoria coronada con un rebozo, su corsé y una leyenda de esperanza.

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