Desde el 4 de diciembre del 2002, cada mañana, antes de salir de casa, Patricia Cárdenas Sánchez (33 años) arregla la cuna donde dormía su hijo, Carlos Rodríguez, quien falleció por una supuesta mala práctica médica, a la edad de un año y nueve meses.

La cuna, la cómoda y la ropa del niño siguen en su lugar. Sus zapatos y juguetes. “Todo en orden como si él estuviera”, dice. “Pero, está muerto“, musita. Y eso la desconsuela y llora mientras arregla la cuna. Se deprime sin tener en quien apoyarse sentimentalmente, porque también perdió a su esposo, Hermes Rodríguez (25 años) quien “se dedicó a la bebida y se fue de la casa”, agrega.

No obstante, reacciona y afirma que lo único que la impulsa a seguir son sus otros dos hijos: Anthony (8), y Brando (5). Y el deseo de lograr que se haga justicia. Aunque teme que lucha “contra la corrupción”, afirma que quiere sentar un precedente.

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Las fechas taladran su cerebro y más se angustia mientras narra que Carlitos falleció el 4 de diciembre del 2002 y Hermes se fue el 28 de febrero del 2003. Él (esposo) se regresó a vivir con la madre, Gladys Legarda, y ella (Patricia) buscó apoyo en su progenitor, Rafael Cárdenas.

La angustiada mujer dice que al principio con Hermes trató de buscar apoyo espiritual en la iglesia católica de San Vicente, luego ayuda psicológica en la facultad de Psicología de la Universidad de Guayaquil. Patricia asegura que ella aceptó la ayuda (en la universidad) pero que su esposo “nunca acudió”.

La mujer buscó ayuda en amigos evangélicos, pero su cónyuge le dijo “que para él la vida había terminado y que quería morir”, sostiene. Los otros hijos, pese a que son de su anterior compromiso, ella asevera que “los niños extrañan a su padrastro”.

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Con la esperanza de lograr justicia, comenzó la lucha judicial, visitó los medios de comunicación e hizo protestas y marchas. El apoyo legal lo encontró en José Sánchez Granizo, quien más que su abogado “es un amigo de la familia, porque es poco lo que puede pagarle”.

Patricia Cárdenas no trabaja actualmente, pese a que antes lo hacía en la venta de mercaderías. La lucha con el poder judicial le impidió laborar y solo recibe el apoyo de su padre y de su tía Consuelo Benites.

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Aún recuerda el día (14 de noviembre del 2002), como a las 17h30 cuando su hijo se cayó. “Estábamos en el centro de la ciudad, por la Av. 9 de Octubre. Andaba con una niñera para que cuide a los tres niños. Jugaban en un almacén de calzado cuando se cayó el menor. Se golpeó y se partió el ala derecha de la nariz”.

Como a las 18h15 llegó al hospital de niños Roberto Gilbert Elizalde. “Lo ingresé. Esperé y me dijeron que era algo rápido: una sutura de dos puntos y que salía de inmediato. Pero, no fue así, a las 00h20 de ese día recién lo ingresaron. Aunque no sangraba le pusieron anestesia general. A las 03h30 salió una doctora, preguntó por la madre del niño y dijo que quería hablarme. Nerviosa, llamó por el intercomunicador a los médicos Juan Aguirre Balladares y Gustavo Bernal Encalada, pero estos no salieron y enviaron a otro médico. Entonces, ella me dijo:
El niño sufrió un paro cardiorrespiratorio, y no supo explicar porqué. Lo que le pasó fue un shock anafiláctico (reacción alérgica a un medicamento) y falleció luego de 21 días en coma”, recordó con tristeza.

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