Hace cinco semanas, ante lo sugerido por el ex vicepresidente León Roldós, en el sentido de que la oposición le dé una tregua de tres meses al Gobierno, opiné desde esta misma columna (‘Pronóstico reservado’, 23 de abril de 2004), que “lo mejor sería que tanto el Gobierno como la oposición y en general los ecuatorianos le diéramos una tregua sine díe, la que sea necesaria, a nuestro agotado país. Todos tratando, sin cálculos mezquinos, de que salga adelante”.

De hecho comenzó a funcionar una tregua de esa naturaleza, sobre todo por parte de la inmensa mayoría del pueblo llano, desde antes del día 9 del presente mes, cuando comenzaron a llegar al Ecuador, sede del certamen Miss Universo 2004, las primeras candidatas extranjeras a ese título. Especialmente en Quito, en Guayaquil y en Cuenca el pueblo ha venido mostrando, como algo tanto o más atractivo que los encantos naturales de nuestras diversas regiones, el calor y la cultura hospitalaria que le caracterizan, relievada a conciencia de que ese certamen –con todos sus pros y sus contras– es una oportunidad excepcional, especialmente de promoción turística, para tratar de que por esa vía, sin desechar otras, nuestro pobre país salga adelante.

Lamentablemente no ha sido esa la misma actitud de muchos políticos, tan calculadores, mezquinos, ensimismados. Comenzaron por dar a entender que la tregua solo podría ser minúscula y precaria, máximo de un mes, hasta el día 8 de junio, cuando se clausure la próxima Asamblea General de la OEA, de la que también será anfitrión el Ecuador. Y que esa tregua no al país sino estrictamente entre el Gobierno y la oposición, tendría apenas ciertos indefinidos ribetes políticos. Pero ni eso han cumplido.

Ora desde el entorno gubernamental, ora, sobre todo, desde la oposición recalcitrante, y también desde la ubicua o de acomodo (en la que el don de la ubicuidad política, que permite estar en el Gobierno y en la oposición al mismo tiempo, sirve a los intereses y a los humores personales o grupales antes que el bien común), esa dizque tregua política nunca ha sido cabal y desde mucho antes de que venza su cortísimo plazo ya es quimera. Así lo hace evidente ese punto de quiebra o signo que se ha dado en estos días con el argumento de que los viajes internacionales de un presidente de la República, atendiendo invitaciones de Estado, pueden ir configurando la causal constitucional de destitución “por abandono del cargo”.

Estos viajes pueden ser, por cierto, de acuerdo a los criterios de cada cual y atentas las circunstancias, necesarios o innecesarios, convenientes o inconvenientes, plausibles o reprochables, pero jamás ir configurando la infracción constitucional de “abandono del cargo”. Si la pudiera ir configurando, entre otros, por ejemplo, el único viaje del presidente Gutiérrez, atendiendo la invitación del Rey de España, entonces este podría ser de alguna manera acusado como cómplice o encubridor, o acaso hasta como coautor intelectual de esa supuesta infracción, tan surrealista. ¿No les parece?