El Ministerio de Educación no envía maestros a esta escuela desde hace cinco años, cuando se fundó.

La unión hace la fuerza dice el viejo refrán. Así lo practican los maestros, estudiantes y padres de familia de la escuela fiscal Higinio Malavé Abad, ubicada en el sector de la Trinitaria.

A través de mingas y de la recolección de pequeños aportes económicos voluntarios, ellos consiguieron reemplazar las paredes de cañas y madera por las de cemento. Pero la infraestructura no era lo más importante. Los maestros escaseaban y aumentaba el número de menores de 12 años en adelante que buscaban terminar la educación primaria.

El director Benito Mori, quien fundó el plantel en 1999 con el auspicio de la Armada Nacional y el colegio Liceo Naval, cuenta que siete moradoras del sector –unas con títulos de maestras y otras de profesión distinta–,  preocupadas por la educación de los niños se apuntaron para practicar la docencia.

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Reciben una remuneración de 40 dólares mensuales por parte de los padres de familia. Parte de este sueldo se utiliza para comprar ciertos materiales a los escolares, dice Rosa Avilés, profesora del 3º año de educación básica.

Ella espera que el Ministerio de Educación envíe más docentes a la escuela, ya que “hace falta una profesora de inglés y de educación física”.

Esta última asignatura la reciben en un patio de cemento polvoriento. Otras ocasiones hacen deportes en la calle sin pavimentar que está al paso.

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El aula de los ‘niños especiales’, como los llama Buri, está localizada junto a las otras salas de clase. Allí, un total de 20 niños y niñas entre 12 y 17 años reciben lecciones de lenguaje, ciencias naturales, matemáticas y geografía.

Nancy Reyes Domínguez, una joven de 14 años, empezó a estudiar el mes pasado cuando su mamá se enteró de la modalidad a través de una vecina. Ella es una de las menores becadas. No paga el valor de la matrícula debido a que su padre falleció el año pasado y su mamá no contaba con el suficiente recurso.

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Dice que no extraña recoger cangrejos u ostiones en el campo, ya que ahora piensa en convertirse en una profesional. A María Fabiola Bravo, de 14 años, se le hizo fácil aprender a escribir. Quizás, expresa, porque en la casa mi mamá me enseñaba.

Camina hasta su casa cuatro cuadras y señala con entusiasmo y timidez que le gustaría convertirse en una doctora para curar y ayudar a las personas.