“Pensar alto y sentir hondo” aconseja un antiguo precepto. Y esa ha sido la norma del Dr. José Santos Rodríguez en todas sus facetas de ciudadano, jurista, maestro universitario, promotor de cultura y luchador en defensa de la paz y la coexistencia armoniosa de los pueblos del mundo.

Por ello –y por mucho más que no alcanza a decirse con palabras– él ha ganado un sitio en el corazón del pueblo ecuatoriano. Intelectual brillante, su obra como estudioso del Derecho ha sido superada por su propia vida, colmada de patriotismo, desinterés y fervor humano. Los largos y difíciles años consagrados a la cátedra han contribuido al desarrollo social y a la interpretación del hombre universal. Mente lúcida y concreta, siempre orientó su siembra a favor de la sociedad.

Son innumerables las instituciones beneméritas en las que ha servido por 60 años a nuestro país. En muchas ha sido –y es– soldado; pero, en la mayoría de ellas es impulsor y capitán, inspirador y vigía. Tal vez la mayor prenda de esta afirmación sean las promociones de abogados a quienes transfundió su mística de servicio y su certidumbre de que no es posible la paz y el progreso de los pueblos mientras reina la injusticia social.

Que la democracia sin trabajo ni pan constituye una caricatura de la libertad.

Hace un puñado de años (tantos que no deseo contarlos) coincidimos con el Dr. Santos Rodríguez en jornadas memorables del Consejo Mundial de la Paz. Eran los días de la Guerra Fría y de las primeras experiencias atómicas. Allí contribuyó con su prestigio y talento a difundir información y denuncia sobre el peligro atómico. Fue uno de los altavoces más calificados sobre las agresiones contra la humanidad que implican el estroncio 90 y otros componentes químicos de las bombas atómicas. En nuestros días tales armas son infinitamente más poderosas que las arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Abogado de las causas populares, este maestro del Derecho ha luchado siempre del lado de los agredidos por la fuerza. La cátedra, el Parlamento, el cenáculo y la academia  científica, los tribunales de justicia y las trincheras políticas son testigos de sus batallas contra aberraciones sociales como la guerra, el racismo, las torturas y la pena de muerte, que todavía imperan en numerosos países. Ello tan solo para dar cuatro ejemplos de cómo enfrenta su responsabilidad ética un ser comprometido con el destino de sus semejantes.
Considero un acierto imponderable el homenaje rendido al ciudadano ejemplar por la Universidad de Guayaquil, la Corte Suprema de Justicia, la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión y la Asociación de Facultades de Derecho.

Imposible olvidar en esta hora feliz la frase de Martí: “Honrar, honra”.