Bendecir es dar el bien, desearlo y promoverlo. Sea en ejercicio religioso (el más usual) o en el civil.

Si medimos en el tiempo vital de quien ahora nos interesa conocer, contaríamos 35 años que en la amplitud ecuatoriana de General Villamil, bendiciones laicas comenzaron a darse.

Con la grandeza siguiente: quien las dio –en tiempos de quitar y mezquinar– no quiso que se haga proclama de su intervención.

Astronómica diferencia con la moda de nuestros días. Servidores públicos, elegidos para que con el dinero del pueblo hagan las obras que ayudarán al progreso social, gastan ese dinero ajeno –del pueblo– haciéndose bulliciosa propaganda.

¡Como si no fuera obligación del servidor público, servir y trabajar!

En tiempos clásicos, cuando en una región un triunfador de la vida no se detenía en quejas y ayudaba a los demás a hacer y engrandecerse, en vida se levantaba su busto.

El mármol siempre miraba al oriente, hacia donde el sol da su primer saludo al mundo.

Los jóvenes veían y oían en ese busto y en las obras que hizo el personaje, toda una historia de solidaridad social y generosidad de alma superior.

Una vez, por 1981, a medio hacer el colegio Playas de Villamil carecía de instalación eléctrica y baterías sanitarias. Entonces, sin ser parte del gobierno ni de bandera política, hubo alguien que dio lo que faltaba.

Hizo, en vida inicial del centro educativo, lo que su  solidaridad le ordenaba hacer. Fue Carlos Jacinto Cedeño Loor.

Y siguió. No para reclamo propio. Sino para el bien colectivo. Que había lamentos por el basurero vergonzoso en que se hundía Playas. Dio su mano a la municipalidad. Elevó los terrenos del colegio Torbay. Si faltaba un símbolo artístico –el pescador– para Villamil, allí estuvo impulsado el monumento respectivo, hoy inconfundible.

Si faltaban caminos o profesores y un mural religioso, su mano constructiva también intervino. Comuna de Engabao, templo y escuela fiscal, adelante con los aportes de persona y medios, como se hizo también cuando profesores y estudiantes de Playas tenían que viajar diariamente a Guayaquil. Y, al fin, pudieron pagar únicamente medio pasaje, adelantándose a lo que ahora es ley.

Cuando en días de acción un ciudadano positivo prohíbe el elogio de señalarlo con los lauros del aplauso y la alabanza, hay que respetar su nobleza.

Pero también debemos fomentar la memoria colectiva. El recuerdo histórico de gente que, como Cedeño Loor, son ejemplos del quehacer constructivo. Y si no se repite la evocación que forma la memoria, los pueblos caen en el sopor de la indiferencia. Y de la simpleza de creer que nada grande, generoso y positivo es posible hacer.