Después de la ascensión, ya no va a ser Jesús el que se compadezca de los pobres y de los enfermos.

Ahora, eso nos corresponde a nosotros, los cristianos.

Después de la ascensión, ya no va a ser Jesús el que multiple los panes y los pescados para alimentar a las multitudes. Esa es ahora nuestra tarea. Quizás no podamos alimentar a multitudes, pero sí podemos ayudar al sustento de algún necesitado de los que conocemos. (Si cada uno de los que estamos hoy aquí, en misa, aportamos nuestra arenita, estaremos ayudando a una multitud de gente).

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Después de la ascensión, no va a ser Jesús el que cuide de sus ovejas. Ahora somos nosotros los que tenemos que velar por ellas, especialmente por aquellas que Dios nos ha encomendado a cada uno: el cónyuge, los hijos, los padres ancianos, los hermanos en apuros, los clientes, los sirvientes...

Después de la ascensión, a nosotros nos toca ser la voz de Jesús para alentar y consolar a nuestros prójimos y anunciar su mensaje; nos toca ser sus manos para tenderlas a todo aquel que necesita ayuda; nos toca ser sus pies para llevarlo ahí, adonde todavía no lo conocen.

¿Qué hacemos, pues, paradotes?

(Colaboración de Luz del Domingo, especial para diario EL UNIVERSO)