Eso significa que será necesario conformarse con un resultado en Iraq que, sin importar qué giro le demos, dará la impresión de una derrota; y el prestigio de la nación se verá afectado adversamente por dicho resultado. Con todo, es mejor perder el prestigio que terminar en la ruina.

Era un personaje que venía de la ficción del siglo XIX: el hijo despilfarrador que administra deudas de apuestas en la creencia de que su acaudalada familia, preocupada por su prestigio, no tendrá opción salvo la de pagarle a sus acreedores. En las novelas, dichos personajes siempre terminan mal. Sea que siembren la ruina entre sus familias  o con el tiempo descubran que fueron desconocidos.´

George W. Bush me recuerda a esos personajes, y no solo por los inicios de su carrera, cuando amigos de la familia rescataron en repetidas ocasiones  sus fallidos negocios. Ahora que está al frente de la Casa Blanca, sigue dependiendo de otras personas para saldar sus cuentas, y no para brindar protección a la reputación de su familia, sino para defender el prestigio del país. 

Uno a uno, quienes otrora eran nuestros aliados nos están desconociendo; no desean un Iraq inestable y opuesto a Occidente más que nosotros, pero ellos han llegado a la conclusión de que Bush es incorregible. España ya se lavó las manos   respecto de nuestros problemas, Italia se está aproximando a la puerta, en tanto que Gran Bretaña también tendrá prisa por llegar a la salida en poco tiempo, con o sin el primer ministro Tony Blair.

Sin embargo, en escala interna, los protectores de Bush aún no están listos para efectuar la separación.

La semana pasada, el presidente Bush solicitó al Congreso incluso más dinero para el Fondo de la Libertad Iraquí:  25.000 millones de dólares para empezar, aunque Paul Wolfowitz, el subsecretario de Defensa estadounidense, dice que la factura para todo el año fiscal probablemente supere los 50.000 millones de dólares, al tiempo que expertos independientes creen que incluso esa cifra se quedaría corta. ¿Y saben qué? El Mandatario estadounidense lo conseguirá.

Antes de la guerra, los oficiales se negaban a discutir costos, salvo para insistir en que estos serían mínimos. Fue solamente después de que empezaron los tiroteos, y de que el Congreso estadounidense no estuviera en posición de presentar objeciones, que el gobierno actual exigió 75.000 millones de dólares para el Fondo de la Libertad Iraquí.
Posteriormente, luego de haber declarado “misión cumplida” y pugnar por la aprobación de un gran recorte fiscal –y después de varios meses en que funcionarios del gobierno estadounidense restaron importancia a la necesidad de mayores fondos–, Bush le dijo al Congreso que necesitaba 87.000 millones de dólares adicionales. Con la garantía de que la situación en Iraq estaba mejorando de forma constante, y una vez que le advirtieron que soldados estadounidenses sufrirían si el dinero no llegaba, el Congreso le extendió a Bush otro cheque en blanco.

Ahora, Bush ha vuelto por más. Dada esta historia, se podría haber esperado que él mostraría cierta contrición, que prometiera cambiar sus modos y ofreciera cuando menos la simulación de que el Congreso estadounidense tendría voz de ahí en adelante para decidir cómo se gastará el dinero.

No obstante, el tono de la misiva explicatoria de Bush, que fue enviada junto a la petición del presupuesto la semana pasada, se puede describir como despreciativa: Depende del Congreso estadounidense “asegurar que nuestros hombres y mujeres uniformados sigan contando con los recursos que necesitan cuando los necesiten”. Eso de un gobierno que, al rechazar advertencias por parte de militares profesionales, garantizó que nuestros hombres y mujeres uniformados no tuvieran, ni remotamente, recursos suficientes para llevar a cabo el trabajo.

La petición presupuestaria en sí fue casi una caricatura del enfoque de la presente administración estadounidense de “solo confíen en nosotros” para gobernar.

Su extensión no llegó a una página, sin información que la respaldara. De los 25.000 millones de dólares, 5.000 millones están en un fondo meramente destinado a proyectos específicos, el cual será usado a discreción del Secretario de la Defensa. El resto está distribuido en ramas específicas de las Fuerzas Armadas, pero con una cláusula en la cual el gobierno estadounidense puede redistribuir el dinero a voluntad, siempre y cuando lo notifique a los comités correspondientes.

Por el momento, los senadores de Estados Unidos están presentando objeciones, pero todos saben que ellos van a ceder, después de exigir, cuando más, cambios cosméticos. Una vez más, Bush ha puesto al Congreso en un predicamento: fue su decisión poner a las fuerzas estadounidenses en donde hay peligro, pero si integrantes del Congreso estadounidense no logran darle el dinero que está exigiendo, él los responsabilizará por defraudar a las tropas.

Mientras las figuras políticas no estén dispuestas a desconocer la deuda de Bush –la imposible situación en la cual ha puesto a los soldados de Estados Unidos– no hay mucho que ellos puedan hacer.

Entonces, ¿cómo terminará todo? El clamor de “mantengan el rumbo” se está volviendo más tenue, al tiempo que los llamamientos por una salida expedita están creciendo. En otras palabras, todo parece indicar que existen mayores probabilidades con cada momento que pasa de que la nación terminará desconociendo a Bush y sus deudas.

Eso significa que será necesario conformarse con un resultado en Iraq que, sin importar qué giro le demos, dará la impresión de una derrota; y el prestigio de la nación se verá afectado adversamente por dicho resultado. Con todo, es mejor perder el prestigio que terminar en la ruina.

© The New York Times News Service