Con su hermanita Magy de un año en los brazos se aproxima a uno de los carros que se detienen mientras el semáforo está en luz roja.

Al verlos, algunos conductores suben el vidrio, pero aún así Byron de 9 años suplica: “Por favor deme para la comida. Mire que mi hermanita tiene mucha hambre”.

Mientras el menor mendiga su otra hermana, Ginger, de 6 años, pide caridad a otro conductor y se guarda la moneda que este le da en uno de los bolsillos de su viejo y sucio pantalón de color rosa.

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Así transcurren los días de estos tres hermanos, mezclándose entre los automotores sin importarles, ni estar conscientes del riesgo que corren. La consigna es reunir dinero para la comida.

Los tres pequeños se instalan todos los días de 09h00 a 17h00 debajo del paso a desnivel que está situado en la avenida de las Américas y la Carlos Luis Plaza Dañín. Con sol o lluvia, ellos se ubican ahí para pedir dinero a los conductores que transitan por ese sector. Parece que estuvieran solos, que no tuvieran quien los proteja, y eso conmueve, comenta un conductor. 

No están abandonados: desde lejos, oculta detrás de las columnas del paso a desnivel, su madre los vigila.

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Es ella quien al terminar la tarde se encarga de contar cuánto dinero en monedas han recibido, después toman el bus hacia la ciudadela El Recreo, en el cantón Durán, donde viven, y prepara un poco de comida para que se sirvan los tres pequeños y sus otros dos hijos de 3 y 4 años que se quedaron en casa al cuidado de la abuelita materna, según relata Ginger mientras sostiene a Magy para evitar que corra hacia la vía.

Ginger es una niña inquieta que a pesar de que no está inscrita en una escuela, según dice Byron, inventa que su papá –que los abandonó hace algunos años– le va a comprar el libro que le ha pedido su maestra del tercer grado. La niña interrumpe su historia para correr a la ventana de un auto que se ha detenido y en el que viajan un hombre y una mujer. El niño reclama su caridad y la mujer le regala una funda con colada que después se beben con ansia los tres pequeños, especialmente Magy.

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“Solo comimos un café con verde frito, y de noche mi mamá nos va a dar el almuerzo”, comenta Ginger cuando se acercan unos vendedores de discos piratas. Uno de ellos se lamenta porque en ese sector hay muchos niños mendigos que a diario ponen en riesgo su vida.

“Las madres los traen y los colocan en los parterres o debajo del paso a desnivel y no les preocupa que algún día los atropelle un carro”, expresa uno de los vendedores.

Uno de esos momentos de peligro se presenta a las 14h00, cuando llegan los policías metropolitanos y al verlos huyen de prisa.

Ginger asegura que la calle no le asusta, pero que sí quisiera que su papá, que –dice– era muy bueno con ella, regrese a la casa para que con su mamá y sus hermanitos ya no tengan que pedir caridad y pasar hambre ni necesidades, y lo más importante, poder ir a la escuela con la que tanto sueña.

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