La noche del domingo en el parque España, ubicado en las calles Chile entre Portete y Venezuela, viene acompañada del viento húmedo que circula por el ambiente, de los rostros de niños y adultos despreocupados de la rutina semanal y del olor inconfundible del canguil recién reventado.

Del fondo de una olla grande que descansa sobre un ‘reverbero’ –que es una hornilla en forma de fogata– las pepas de maíz empiezan a saltar en el aceite caliente. Una a una se abren y se van convirtiendo en rosetas blancas.

Fernando Orozco, un joven de 16 años, mueve rápidamente con una paleta de madera la mezcla evitando que alguna de las palomitas se queme. El siguiente paso es colocarlas en unas fundas de papel para venderlas a 0,25 centavos.

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Esta actividad la realiza desde hace tres años cuando su mamá, quien también es vendedora del producto en el parque Centenario, le enseñó el oficio. Luego instaló su carretilla de madera en una de las puertas del parque España y desde allí no ha dejado de vender.

Aunque –confiesa medio avergonzado– hay días en que toma un descanso y aprovecha para preparar las bolas de canguil dulce en su casa.

Fernando explica que primero disuelve un paquete de panela en un litro de agua caliente, casi hirviendo. Añade las palomitas de maíz, cuya cantidad debe superar la cantidad de panela.

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Enseguida –dice– mueve la mezcla con una paleta y va tomando cada parte con sus manos para darle la forma de bolas.

Mientras conversa, le añade sal a las fundas de canguil que compran más adultos que niños. Ellos están más atentos al alquiler de carros de juguetes.

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Uno de los consumidores fieles del canguil salado, que se mantiene caliente por estar cerca del reverbero, es Gonzalo Tutivén, un hombre de algunas canas que revelan sus 54 años.

Él asegura que desde hace dos años visita el parque para relajarse, descansar y comer una fundita de canguil, ya que “es uno de los últimos sabores típicos que nos quedan y que ya no se ven regularmente”.

Con nostalgia, recuerda también los barquillos, chiricanos y candes suizos que se vendían en el parque Centenario.

Para Francisco Valdiviezo, propietario del trencito que pasea a los menores por el parque, el canguil en este sitio es distinto al que preparan en su casa. No sabe la razón, pero supone que es “por la mezcla de aceite y mantequilla que le añaden al canguil mientras se cocina a  fuego lento”.

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