Sus manos tienen la agilidad de entallar a la perfección la silueta de una guitarra, la bigüela, el arpa o el charango. La exactitud del lugar en que cada pieza debe ser colocada la garantizan los 40 años que Alfonso Torres Sánchez tiene de experiencia en el oficio de elaborar instrumentos musicales.

A vuelo de pájaro, la tarea no se ve fácil, pues se necesita destreza y estilo, cualidades que el artesano de 48 años conjuga muy bien desde que comenzó a los 8, allá en su pueblo natal, San Miguel de Píllaro, en la provincia de Tungurahua.

Esta actividad la realiza actualmente en su taller Luthier (maestro de maestro), ubicado en Esmeraldas y Gómez Rendón, al sur de la ciudad.

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Allí repite cada día, de 07h00 a 22h00, la enseñanzas de su padre, a quien, con cierta nostalgia, recuerda que ayudaba en la elaboración de una guitarra, para seguir la tradición de los hombres de la localidad.

“Allá todos somos artesanos y nos dedicamos a esto”, expresa Torres mientras que a fuego lento trata de domar (doblar) una madera para darle la forma del guitarrón, que es cuatro veces más grande que una guitarra.

La cuestión es más compleja que cuando tenía 8 años y hacía una docena de guitarras de juguete. Ahora –dice– se requiere más técnica, porque es un trabajo profesional donde el requisito fundamental es la calidad del material y el acabado.

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Es por ello que selecciona bien las maderas que utilizará en cada instrumento. Las más comunes, pino, nogal, bálsamo, ciprés, capulí, roble y caoba, les dan el toque de elegancia a las arpas, guitarras, guitarrones, charangos, bandolines, bajos, contrabajos, bigüela y requinto.

Con este producto se sienta por el lapso de 10 a 12 días hasta pulirlo y darle forma. Lo más fácil de hacer es una guitarra sencilla, cuyo costo fluctúa entre 40 y 50 dólares, que también es la más barata, aunque en el mercado se puede encontrar una de hasta 2.000 dólares.

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Esta se diferencia del guitarrón no solo en su tamaño, sino también en su precio, pues al igual que la bigüela, que utilizan los mariachis, tienen un valor de hasta 120 dólares, debido a que requiere de más trabajo.

Sabe entonar
“Los grandes artesanos tienen que saber entonar”, ese es el lema que según Alfonso Torres siguen los buenos maestros en este arte, de generación en generación.

Y así lo demostró cuando cantaba al son de los acordes de Yo vendo unos ojos negros y Cielito lindo.

“Si no tocas cómo puedes probar si te queda bien un instrumento”, enfatiza Torres, quien todavía recuerda las palizas de su madre cada vez que se escapaba de la escuela para ir al taller de su papá.

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Desde entonces su vida es hacer instrumentos y de vez en cuando entonarlos en alguna reunión entre amigos.

Esta actividad constituye su medio de vida, aunque confiesa que sufre en las temporadas bajas y se alegra en las épocas navideñas o en el Día de la Madre, que es cuando más adquieren estos objetos musicales, para entregarlos como obsequios.