Los recientes enfrentamientos entre comerciantes informales y los policías metropolitanos ponen en evidencia el permanente cortocircuito que se produce cuando se trata de imponer orden en el comercio callejero, desordenado en muchos casos, caótico en otros, pero vinculado innegablemente a la necesidad que tiene la gente de trabajar para subsistir.

El orden y la necesidad pueden ser encauzados a menos que haya gente interesada precisamente en lo contrario; todo proceso de reordenamiento en cualquier urbe del mundo, no se diga en ciudades como la nuestra en la cual la anarquía era el símbolo del comercio informal, trae consigo un alto factor de sensibilidad tomando en cuenta los conceptos y valores que aparentemente se contraponen. Todos queremos una ciudad ordenada –cómo olvidar los años del caos–, pero también todos aceptamos la necesidad que tienen esos comerciantes de la calle de manejar a través de la venta de diversos productos, una fórmula mínima de subsistencia, pues si no tuviesen tal alternativa, qué otra posibilidad cabría ante la falta de trabajo y oportunidades.

El desafío de conciliar las posiciones es, por lo tanto, un proceso complejo pero posible y ya en esta ciudad se han dado muestras palpables de aquello; si en el caso de los mercados, por ejemplo, se manejaron alternativas viables basadas en el orden y en las facilidades al comercio, es posible deducir que existirán siempre soluciones que encaucen las manifestaciones del comercio informal. Para ello, los límites y las reglas deben ser claras y, así expuestas, los órganos de control municipal tienen todo el derecho de supervisar que el comercio de la calle a través de sus diversas expresiones, acate las normas y disposiciones pertinentes.

Lo que no se puede aceptar es que tras esa consigna, se cometan abusos y excesos, que podrían aparecer como una distorsión constante en ciertas operaciones de la Policía Metropolitana, atribuible en gran medida a la falta de preparación o profesionalismo de algunos de sus miembros, que posiblemente no están capacitados para manejar situaciones de máxima tensión, en las cuales los ánimos se exacerban con facilidad. Eso requiere, inevitablemente, no solo una depuración de los malos elementos, sino también una revisión de ciertas políticas de control, que como toda gestión pueden ser mejoradas y consolidadas con el apoyo ciudadano.

Los incidentes del pasado jueves son una muestra de lo que precisamente no debe suceder. El control debe aplicarse con rigor para evitar la anarquía en el comercio informal, pero tal control debe ser ejercido con prudencia y especialmente con la íntima convicción de que quien está comerciando en la calle, lo está haciendo por necesidad, no por ganas de molestar.