Si ocupamos el servicio de un taxi, y por curiosidad preguntamos al conductor ¿cuántas veces ha sido asaltado?, no es rareza que conteste diciendo: una, dos, tres, cuatro, cinco o seis veces. Entonces ya tendríamos una idea de la ciudad en la que vivimos. Guayaquil es altiva porque siempre reclama lo mejor para el desarrollo y progreso de su existencia a favor de sus ciudadanos.

Es laboriosa porque ella es emporio de trabajo, que tanto solicitan numerosos desocupados.

Pero el asalto no solamente sufren los taxistas. Lo padecen también damas y caballeros que conducen su auto particular. Salen invocando el santo nombre de Dios a sus respectivos trabajos y ocupaciones, o se dirigen a efectuar tal o cual diligencia, y de pronto se les atraviesa un vehículo ocupado por dos o más delincuentes, y enseguida son reducidos a la impotencia mediante la amenaza, la fuerza y los insultos procaces. Son asaltados inmisericordemente.

Otras ocasiones, aprovechando la tranquilidad de la zona y de las ciudadelas, muchos conductores han sido asaltados al llegar a su residencia por dos individuos que se acercan como gente buena, los intimidan a la fuerza y en seguida aparece un auto cómplice, o una vez dominados por los pedestres, uno de los ladrones se apodera de la rueda y de las llaves para luego emprender la huida. Unas veces se llevan el auto y desembarcan al conductor. Otras veces asaltan a transeúntes.

Hay otros modos de cometimiento como el que aconteció hace unas dos semanas cuando una dama profesional, acompañada de su empleado, fueron sorprendidos en una calle. Se apoderaron del automotor que ella conducía, la colocaron en el asiento posterior con su conserje, y durante unas horas con sus secuestrados cometieron seis robos. Después de esto abandonaron el vehículo con las llaves para que la dama conductora prosiga a su casa, desfallecida de la impresión y del susto.

Total, que más seguridad ha redundado en menos seguridad. Frente a esta ola delictiva las autoridades se han dedicado a solucionar con reuniones en las que han tomado medidas.

Pero ninguna de estas podrá solucionar el grave índice de desempleo en que viven numerosas personas en nuestro hemisferio. Crear más fuentes de trabajo y facilitar a los empresarios extranjeros que inviertan en nuestro país sería uno de los medios contra la delincuencia imparable. La otra causa es la impunidad, cuya luz verde la dan ciertas autoridades, en vez de impartir justicia.

Sí hay asaltantes que no necesitan robar y lo hacen por el simple prurito de asaltar, o por otras causas parecidas, entonces tienen que levantar sus ojos a Cristo crucificado, pedirle perdón y convertirse a plenitud.

Es necesario entonces difundir más la doctrina cristiana que enseña el respeto al prójimo, a los bienes ajenos. En general, se necesita la moral para que grandes y pequeños, gobernantes y gobernados demos buen ejemplo de respeto y honradez, y cultivemos el santo temor, pues Dios todo lo ve, lo sabe todo y no deja de sancionar tarde que temprano.