En toda Europa, las conversaciones en torno de las mesas palaciegas tienen resonancias marcadamente cosmopolitas: aquí se puede apreciar una entonación australiana, por allí una pronunciación sudamericana.
  
Y las conversaciones pueden ser como las de cualquier cena familiar plebeya.    La sangre azul de la realeza europea se diluye cada vez más con la sangre de los mortales comunes y corrientes. Inconcebible antes de la conmoción social  que provocaron las guerras mundiales, ahora es  frecuente que la realeza se case con plebeyos.

Y en el mes en curso  ocurre por partida doble. Es un indicio de que cambian los tiempos en la capa más encumbrada de la sociedad.
 
En los días en que los reyes   reinaban y  gobernaban, el palacio disponía los casamientos de sus hijos para sellar una alianza política o para apuntalar el linaje.
 
Las satisfacciones domésticas se satisfacían mediante la institución extraoficial de las amantes oficiales. Ahora que las constituciones nacionales han separado la política del palacio, se permite el triunfo del amor sobre el deber.
 
Dinamarca y España son los más recientes testigos de la boda de sus príncipes herederos –los futuros reyes de sus antiguas monarquías– con plebeyas.
 
Ayer  fue la boda del príncipe Federico  de Dinamarca, vástago de la casa real más antigua de Europa, con Mary Donaldson, una empresaria y abogada australiana. Y el próximo sábado 22 de mayo   se casan el príncipe heredero español Felipe y su prometida Letizia Ortiz, una ex conductora de televisión.
 
Los dos se suman a la lista de príncipes –entre ellos de Noruega y Holanda– que desestimaron la búsqueda de consortes aristocráticos, hallaron sus compañeras entre la plebe, y decidieron casarse con ellas sin tener que renunciar a su derecho al trono.
 
¿Matrimonios duraderos? 
“No puedo pronosticar si estos matrimonios funcionarán. Pero son notablemente distintos a todo lo que ocurrió en el pasado”, comentó Harold Brooks-Baker, director editorial de Burkes Peerage de Londres, una de las   biblias de los linajes de sangre real.
 
Brooks-Baker opinó que algunas de las elecciones de novias eran extrañas. “La mayoría de esa gente no pertenece a la clase aristocrática, o ni siquiera a las familias de clase media alta. Algunas tienen antecedentes muy oscuros y otras pasados controversiales”, dijo.
 
La crema aristocrática podría ver con desdén las nuevas incorporaciones a la realeza, pero las jóvenes son populares con el pueblo y en algunos casos han abierto de par en par las ventanas de los viejos palacios reales sofocantes.