A Cunambo, en Pastaza, se llega en avioneta, luego de 45 minutos de viaje desde Shell. Es un pueblo lleno de carencias, pero donde el sueño común es levantar puentes para atraer a un turista diferente.

Cunambo, término quichua para denominar al palmito, es una comunidad indígena ubicada a 45 minutos de vuelo en avioneta, desde Shell, en Pastaza. En este sitio, un poco más grande que un estadio de fútbol, en plena selva amazónica, sus 256 habitantes, provenientes de las nacionalidades quichua, achuar, shuar y zápara, trabajan desde hace un mes en la elaboración de cinco puentes para unirse a otra comunidad, Torimbo, a cuatro horas de caminata, a paso de buen andador.

Los pobladores de Cunambo quieren que su pueblo se convierta en un destino turístico, por eso construyen los puentes, que constituyen el primer paso para volverlo más atractivo. A través de los puentes se unen dos poblados y sus habitantes demuestran sus habilidades natas como constructores.

“Si un turista llega a Cunambo puede ir después hasta Torimbo, donde hay más záparas”, explica Roberto Guashica, presidente de la comunidad. En la ruta de los pasos “hay lagunas adonde se reúnen los animales de la selva”, resalta Luis Armas, presidente de la Junta Parroquial.

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Los puentes solucionan el paso por cinco quebradas que se llenan de agua cuando llueve, la condición climática frecuente en este lugar más cercano al Perú (cuatro días en canoa con motor) antes que al Puyo (imposible llegar en canoa).

Las diarias jornadas de trabajo de la comunidad se convierten prácticamente en una minga en la que participan hasta los niños que ahora están de vacaciones, las mujeres que van con ollas llenas de chicha y los hombres dispuestos a serruchar madera, medir las tablas, clavar los palos...

El Consejo Provincial de Pastaza apoyó con 100 dólares para la compra de las herramientas y además les ofreció pagar un total de 100 dólares a cada uno de los diez hombres que trabajan diariamente. Pero para que todos los lugareños resulten beneficiados, la comunidad escogió a un representante de cada uno de los 38 hogares del sector.

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En dos meses

Si bien ninguno de los cinco puentes están terminados, todos deberán estar listos en dos meses, según su propio cronograma. El modelo tiene material similar a la construcción de sus casas. Los puentes están levantados con madera obtenida del árbol de canelo o “pinchi” y las cubiertas tendrán hoja de paja tejida.

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Pensando en voz alta, Bolívar Sánchez, de aproximadamente 35 años (en la zona casi nadie sabe su edad exacta), no descarta que puedan prestar después sus servicios en la elaboración de puentes.
¿Qué tiene Cunambo, una población sin luz ni agua potable para mostrar al turista?

“Lo que la selva da”, responde Roberto, al intentar explicar que se trata de enseñar y compartir lo que disfrutan y sufren cotidianamente en medio de la naturaleza. Este es su único y mayor valor, relata Juan Carlos Ruiz, de más o menos 26 años, quien no soporta vivir en la ciudad.

“He salido algunas veces a la ciudad, no me gusta, mucho carro, ruido, la comida tampoco me gusta, pero sí el arroz”, recalca.

La forma de sobrevivir de los cunambeños es igual a la que relatan los libros de historia sobre las culturas indígenas ancestrales: son cazadores, pescadores y recolectores. Cocinan en ollas comunitarias y toman chicha. Todos hablan quichua, algunos recuerdan el achuar y muy contados pronuncian palabras záparas.

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No saben cuándo lograrán convertirse en un sitio atractivo para el turista, ni un estimativo de cuántos visitantes por mes podrían interesarse por llegar a este lugar, tomando en cuenta el costo del alquiler de un vuelo en avioneta para tres personas (268,80 dólares).

Tampoco saben cuánto dinero podrían recibir, pero esta, su idea, es su sueño, su única opción, su única esperanza.