Pobladores de dos sitios de Guayaquil gestionaron dinero y  mejoraron el entorno en el que habitan.

La inseguridad que imperaba en la zona motivó el cambio. Ahora es una de las pocas peatonales de la ciudadela La Pradera I, en el  sur de Guayaquil, que está  alumbrada y posee una hilera de áreas verdes bien cuidadas. Y aquello no es el resultado de alguna obra municipal.

“Una noche, hace año y medio, hubo tres robos”, dice  Emilia Veloz de Chicaiza, de 59 años, una moradora de la zona. Por ello, tras las plantas que ahora florecen en medio del parterre cubierto de granito está un comité formado por 20 familias.

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Ellos se reunieron después de los percances para   analizar la posibilidad de contratar un guardián y comprar un sistema de alarma para defenderse de la delincuencia.

El desenlace salta a la vista: el camino peatonal lo custodia un guardián, y tres altoparlantes ubicados de manera estratégica funcionan como elemento disuasivo contra los delincuentes. Este es parte de un sistema de alarma que se activa con llaveros y que costó 1.200 dólares.

Pero la autogestión no quedó allí. Luego consiguieron  siete mil dólares que lo invirtieron en el arreglo de las dos cuadras frenteras. La inauguración de esta obra la hicieron el 25 de julio pasado.

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“Para recaudar fondos organizamos ferias de comida criolla, cada familia donó un regalo para hacer bingos, y dimos cuotas voluntarias”, expresa Guillo Flor, un jubilado que vive desde hace 28 años en la peatonal.

Él se encargó de comprar las 18 varillas metálicas que soportan los faroles ovalados. El próximo paso es cercar  la parte central del paso porque los transeúntes hacen caso omiso del letrero que especifica “No pisar el parterre”, manifiesta Clemencia Medina, otra moradora.

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Otro punto que resalta por su colorido está en los costados del cerro Mapasingue, al oeste de la ciudad.
En este caso, el Municipio incentivó el cambio después que mejoró las fachadas de 18 casas de la calle principal de la cooperativa 1 de Mayo del sector como parte de un Barrio de Excelencia.

Luego, los moradores doblegaron el número de casas intervenidas en el proyecto municipal. “La esperanza de vivir decentemente nos motivó a conseguir el dinero para comprar sacos de cemento y arreglar las fachadas de otras 33 casas más” que bordean la zona mejorada por el Cabildo, expresa Angélica Narváez, coordinadora del Comité La Esperanza.

El director de Acción Social y Educación del Municipio, Roberto Vernimmen, señala que ese es el objetivo de este tipo de obras: “Involucrar a la gente en su propio  desarrollo. En Mapasingue se logró este fin”.