Me es difícil escribir sobre Salvador Dalí sin prejuicios, porque al mismo tiempo que se le percibe como un “conocido” en arte, hay no una sino varias zonas en que se proyecta como un perfecto desconocido. ¿Cómo, en efecto, remitirse a un hombre al que se ha calificado de genio y mentiroso, de artista y artesano de su propia obra, poseído por una descomunal egolatría y con un ansia loca de fama?El tiempo de Picasso, de Matisse, de Duchamps, de Bacon es también el de Dalí, uno de los cuatro grandes de España si se añaden los nombres de Miró y de Tàpies. Tiempo por lo demás conflictivo para el mundo y para su país, al cual, sin embargo, perteneció en cuerpo y espíritu.

Me pregunto si ha existido un solo Dalí o fueron varios los que irrumpieron en su delgada figura. Ya los análisis de Gibson, que lo vinculan en una amistad ambigua con García Lorca, ya su aproximación a los surrealistas hasta que fuera rechazado por Breton, son pautas, rastros de una vida que sin cesar se deslizó por París y Nueva York en un incesante trajín de sorpresas, de osadías creativas, de invariable seducción a los públicos más diversos. Fue inevitable que se le comparara a Picasso. Ignoro si Picasso se remitió alguna vez a él. Pero aquella declaración que se le adjudica a Dalí que dice en su parte final que “Picasso es un genio, yo también”, forma parte de esas anécdotas que, ciertas o falsas, jalonan su carrera de artista.

Dibujante excepcional, con un facilismo que pudiera parecer irritante, jamás perdió ocasión de hacer sentir su presencia, menos creo que por su bigote emblemático o por la desmesura de su pasión por Gala, y más por su capacidad de transformar lo común en singular, lo cotidiano en sorprendente, lo audaz en maravilloso. Dalí fue, sin dudas, un hombre de desmesuras, como desmesurada fue su obra que tuvo y tiene admiradores y detractores por igual, al extremo que hablar de ella haciendo tabla rasa de celos y envidias o de rechazos y vituperios puede parecer imposible. Para los autores “serios” Dalí no fue un artista serio, si por tal entendemos alguien dedicado por entero a su arte, pues él parecía dedicarse más a su fama. Pero esa buscada fama, y lo que hizo para conseguirla, fue, pienso, su manera de vivir en un tiempo que parecía atropellarlo todo.

Ciertamente hay varias formas de vivir. Él ensayó con éxito la que mejor se acomodaba a su ser. Porque siento que quiso erigir su vida como construyó su obra, paso a paso, con un consciente empeño de que reconocieran en ella lo que él mismo reconocía en su persona. Recuerdo que en 1974 convocó a un happening en una ciudad satélite de Barcelona. Como en esa ocasión, Dalí no perdió oportunidad para experimentar con manifestaciones y materiales diversos que pudieran asombrar al espectador y al buscador de genialidades. Siempre fue así. Para decirlo de otro modo, siempre fue Dalí, edificador de su mito. Resta averiguar si el peso de su nombradía ha sido capaz de apabullar su obra. Si así fuera es injusto para esta obra y para él mismo. ¿Qué pudo pensar este hombre, que parecía pensarlo todo, de su propio primer centenario?