Los medios de comunicación han denunciado que algunas de esas empresas promueven el juego entre los niños y adolescentes de estratos sociales menos favorecidos, revelando un afán de lucro mal entendido y completamente reñido con la ética.

Sectores ciudadanos han reaccionado con indignación ante las imágenes de niños sin zapatos que gastan sus centavos en una actividad que los deforma. Pero las autoridades correspondientes muy poco o casi nada hacen para corregir esta situación. Algunas se limitan a contestar que el problema no es de su competencia y otras evaden una respuesta con discutibles argumentos legales.

Participar del negocio de los juegos de azar no es un derecho sino un privilegio que se concede a muy pocos y dentro de límites muy estrictos. No podría ser de otro modo ya que es necesario evitar que el juego se convierta en vicio. Otros países son incluso más rígidos y prohíben el juego de azar como empresa lucrativa. Si las autoridades permiten que esas restricciones se violen, habremos dado un nuevo paso hacia el deterioro social. No permitamos que algo así suceda.