Iraq nos importa porque el futuro próximo de la economía y la política mundiales se está decidiendo en gran medida en su territorio. Luego de la intervención militar norteamericana, Iraq se ha convertido en el epicentro de profundos antagonismos que podrían acarrear gravísimas consecuencias para el orden mundial.

El fracaso de las tropas de la coalición para instaurar un régimen propio, medianamente estable, le ha abierto las puertas al caos. Y si el desorden social es contagioso, como siempre lo ha sido, entonces aquello introducirá nuevos conflictos en una región altamente explosiva.

La única manera de evitar que esto ocurra será a través de una decidida intervención de la ONU, la única que tiene la autoridad moral y política para buscar un camino honroso hacia un Iraq democrático.

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Para eso, las fuerzas de la coalición deberán renunciar a su hegemonía en el control de la situación militar, y deberán aceptar que los voceros de la comunidad internacional dicten la última palabra también sobre esa materia. Esa no será la salida más gloriosa para quienes creyeron que la de Iraq sería una guerra corta, pero al menos será la solución más realista.