Mientras en el país se sigue esperando conocer más detalles del llamado Plan Patriota, casi como si nosotros fuésemos los gestores principales del mismo, hay quienes empiezan a echar piropos a los unos y a los otros, gobierno colombiano y FARC, sin entender todavía que esto es una guerra, no un cuento de cenicienta.

Empecemos a llamar a las cosas por su nombre, para no perder el sentido. El conflicto colombiano no nos pertenece, no es nuestro, su origen y desarrollo es esencialmente norteño y así, en esa línea, empecemos a construir la gran muralla divisoria para que ningún colombiano la transgreda y estaremos aquí, en el país de las delicias, todos tranquilos y felices. Pero mejor volvamos a la realidad y aceptemos que como los escenarios ideales no existen y Suiza no es nuestro vecino, la guerra colombiana no solo nos incumbe sino que nos afecta y nos obliga a otorgar respuestas a preguntas que me parece, mucha gente preferiría ignorar. Respecto de los desplazados civiles, las dudas son mínimas por no decir elementales, pues un claro sentido de solidaridad obliga al país, con el apoyo internacional, a acogerlos al menos, de forma temporal.

Pero, ¿qué hacer respecto del posible desplazamiento de las fuerzas guerrilleras, una vez aplicado de forma rigurosa el plan militar colombiano? Ahí surgen, otra vez, todos nuestros fantasmas y con ellos lo que parece convertirse en sello exclusivo ecuatoriano: su vocación a no prever y a no decidir. Obviamente, si el repliegue obligado de los combatientes obedece a un simple manejo logístico, mediante el cual el territorio ecuatoriano sería utilizado y aprovechado como zona de transitoria tolerancia para luego volver a la lucha armada en Colombia, la única estrategia posible será la de rechazar con severidad y firmeza tal intento, pues claramente sería una violación de la soberanía nacional. Si hay quienes quieren recibir con salvas a las FARC cuando ingresen con sus armas, allá ellos, pero no le pidan tal disparate al ejército ecuatoriano.

Otra cosa sería que los grupos guerrilleros en su huida, se desplacen hacia nuestro territorio, con las armas depuestas, en búsqueda de un espacio neutral que bajo la supervisión de la ONU, posibilite los correspondientes procesos de rendición o reincorporación a la vida civil en el país vecino; esos procesos, por cierto complejos y delicados por su naturaleza, tuviesen que estar sujetos a un cúmulo de condiciones, capaces de evitar que el espacio temporal se convierta en razón de propaganda política o, lo que sería peor, en simple tomadura de pelo a nuestro costo e ingenuidad. ¿Está el Ecuador en capacidad de advertir las diferencias y las trampas que ellas encierran?

Que se haga entonces lo que se debe hacer, control total de nuestra soberanía por una parte e inteligencia por otra, para reconocer que lo ajeno del conflicto no implica que terminemos, tirando flores en el río San Miguel. Cuidado los que las reciben piensan que se trata de una propuesta decorosa.