Una encuesta mostró que los medicamentos podrían ser más baratos si los gobiernos y los compradores de los mismos se preocuparan de encontrar el medio para abaratarlos, pero para lograrlo deben estar bien informados, tanto de los precios, como de las diferencias a ese nivel y de los factores que establecen el costo final de un medicamento. Teniendo en cuenta este problema, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Acción Internacional para la Salud (HAI) publicaron el manual Precio de las Medicinas, que establece las tarifas y acopia datos de 35 medicamentos corrientes con objeto de verificar lo que determina el precio de venta a los pacientes.

Los costos de los medicamentos varían de un país o de una región a otra y, hasta el momento, los mecanismos para fijarlos no son transparentes. A causa de la pobreza de los países en desarrollo, un tercio de la población no cuenta con medios para adquirirlos y puede darse que el mismo medicamento tenga un precio más elevado allí que en los países industrializados, y como, con frecuencia, los enfermos no están asegurados, los gastos incurridos corren a cargo de ellos.

El acceso a los medicamentos para los países pobres es tema de gran fragilidad por su carácter incompatible con los intereses de la poderosa industria farmacéutica que prefiere crear medicinas para las enfermedades más lucrativas pues su prioridad es rendir cuentas a sus accionistas, interesados únicamente en la ley del mercado. Basta con recordar que entre las décadas del setenta y del noventa fueron registrados 1.393 medicamentos nuevos y solo el 1% estaba destinado a enfermedades tropicales y a la tuberculosis. Según el diario suizo La Liberté, “de los 60 o 70 millares de dólares gastados en el 2002 para la investigación, menos del 0,001% se destinó al desarrollo de nuevos tratamientos situados en la categoría de “enfermedades de la pobreza”, entre ellas la tripanosomiasis o enfermedad del sueño que amenaza a 60 millones de africanos, el mal de Chagas que afecta a más de 16 millones de personas en América Latina” y la leishmaniasis a 12 millones. En lo concerniente al sida, si bien luego de una ardua lucha se consiguió bajar considerablemente el costo del tratamiento antirretroviral, aún es caro para las poblaciones que sobreviven con menos de un dólar al día. El Dr. José Esparza, ex líder en Onusida de la investigación para una vacuna, expresó que los diálogos con la industria farmacéutica son difíciles pues su preocupación principal es conocer el retorno económico de una vacuna para dar cuenta a sus accionistas. Actualmente, el Dr. Esparza está a la cabeza de la investigación de una vacuna contra el sida en la Fundación Bill y Melinda Gates.

Surge la DNDi, (Iniciativa para el desarrollo de drogas para las enfermedades desatendidas), institución suiza con sede en Ginebra, que apoyada por la organización Médicos sin Fronteras (MSF) y por la OMS, trata de colmar en algo este inquietante vacío. Al principio, tuvo que afrontar la reticencia de las empresas farmacéuticas las que al final se obligaron a apoyar algunos trabajos de investigación de la DNDi, cuestión de darle un poco de brillo altruista a su empañada imagen.