Esa prisión, cuya correcta grafía en español habría que investigar a fondo, lo mismo que la verdad completa de las siniestras historias que encierra, ya tenía la triste fama de ser un centro de ejecución y torturas desde los tiempos del derrocado Saddam Hussein. Ahora, con la publicación de unos cuantos muy decidores testimonios fotográficos y escritos sobre lo ocurrido en manos de militares estadounidenses, gracias a la tecnología y a la fuerza de los medios, que rompe los diques del tiempo, la distancia y la censura en esta era de la comunicación, Abu Ghraib ha saltado al escenario de la información y de la opinión pública mundial como símbolo del abuso de poder y del desprecio a la dignidad del ser humano.

Pero hay que tener cuidado para que esta toma de conciencia sobre el buen o el mal uso del poder, así como sobre la dignidad intrínseca y sagrada de toda persona humana, también de los vencidos y aun de los que tienen graves culpas –¿quién está libre de ellas para tirar la primera piedra?–, no degenere en parapeto o herramienta de intereses o sentimientos subalternos, por ejemplo antiyanquis. Gran parte –me atrevo a suponer que la mayoría– del pueblo de los Estados Unidos, también se ha horrorizado y además avergonzado de lo ocurrido al indebido amparo de su bandera. Y en todo el mundo, si lo que se defiende son principios, valores y actitudes superiores, igual deberíamos rechazar las atrocidades ocurridas en Abu Ghraib que, por ejemplo, las que siguen ocurriendo en las ergástulas políticas de Cuba o en los mal llamados centros de rehabilitación social del Ecuador.

Pero no es solo cuestión de rechazar de boca, sino de reconocer, arrepentirse y esforzarse de veras para superar el mal. Esto no se consigue con juicios parciales y acomodaticios frente al escándalo de Abu Ghraib, como tampoco con arengas políticas justificativas de una revolución hoy trasnochada, ni con las luces de bengala que se lanzan ruidosamente de emergencia y se apagan conforme amainan los motines y vuelven a su situación infamante y a su consabida habilitación antisocial los “internos” que en esa escuela desbordan todos los límites.

Por lo demás, no puede dejar de considerarse la complejidad de todas las cuestiones y soluciones que atañen a los diversos escenarios en los que se dan o pueden darse diversos tipos de abusos de poder y de desprecios a la dignidad humana, como en los ámbitos político y económico, militar y policial, cultural y social, familiar e individual. Ni dejar de destacar que es de aquí, del corazón de cada hombre y de cada mujer, entendido no como figura de lo meramente sentimental sino como la realidad más íntima y sustancial de cada ser humano, de donde sale lo bueno y lo malo que luego se proyecta en el mundo, al que le corresponde dominar y cultivar honestamente, conforme a su dignidad intrínseca, junto con los demás.