No les gusta que les llamen lagarteros porque se denominan autodidactas de la música.

La oscuridad los vigila y el viento frío en algunas ocasiones los persigue. Sin embargo, eso no les afecta a estos artistas musicales  de la ciudad, más conocidos como lagarteros.  Prefieren estar atentos a los clientes que generalmente llegan en vehículos hasta su paradero ubicado en la esquina de las calles Lorenzo de Garaicoa y Sucre.

A las diez de la noche del miércoles pasado mientras esperan que alguien se detenga, se mantienen en silencio. Unos fuman, otros beben líquidos que van desde agua hasta una cerveza y algunos leen cancioneros. Todos con una mirada que mezcla el sueño, la esperanza y las ansias de hacer un buen negocio, sobre todo en esta época en la que se contratan serenos para dedicar a las madres.

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Al poco rato, una camioneta se detiene cerca de ellos. Mientras una de las ventanas polarizadas bajaba lentamente, dos personajes se lanzaban sobre el automóvil.  Uno de ellos se apura en decir: “Una cancioncita para el Día de la Madre.  Quiere serenatas o es para un cumpleaños, enamorado”. Otro también demanda atención por parte del cliente: “¡Sí recuerda a don Clemente, él tiene más de 20 años de carrera!”.

Las dos personas que estaban dentro del carro solo preguntaron el costo de una serenata. “50 dólares, jefe, de cuatro a cinco canciones para la mamá”, respondió Jimmy Escobar, cantante y guitarrista del trío Iris.

Los vidrios empezaron a subir y el vehículo se marchó. Jimmy Escobar y Clemente Muñoz se sentaron en unas sillas de plástico que tienen en aquel sitio para soportar la espera. El primero continuó observando el infinito y el otro, ciego de nacimiento, prefirió escuchar a través de un walkman el partido de fútbol entre  la Liga Universitaria y el  Santos de Brasil.

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Otra vez el silencio. Unos  descansan sobre cajas de madera y otros se dirigen a una tienda donde está encendido un televisor para continuar viendo el partido de fútbol.

Las cinco guitarras permanecían forradas y arrimadas a un poste. Lo mismo ocurría con unas maletas pequeñas donde estos músicos –a quienes no les gusta que los llamen lagarteros porque, dicen, son músicos autodidactas– guardan tarjetas, pañuelos...

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Jimmy y Darmilo Arizala, quienes se dedican a esta actividad  hace 22 y 33 años, respectivamente, almacenan recuerdos. Aquellos de la música de Julio Jaramillo y César Montecé.  También frases como  “tóquese la última” o “felicitaciones”.

Los contratos no han llegado a pesar de que se acerca el Día de la Madre, asegura Darmilo, un hombre canoso, de tez morena y  contextura gruesa. Cree que la razón se debe a la crisis económica del país.

Pero, eso no es impedimento ni suficiente causa para que él piense en retirarse de esta ocupación. No lo hará, comenta, porque le satisface “el trabajo artístico y honesto”.

Además, –dice como revelando un secreto– mis seis hijas todavía se preocupan por mí y de vez en cuando me ayudan con una mensualidad.

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Jimmy tiene tres hijos pequeños. Los mantiene con lo que gana en las contratos, aproximadamente cuatro horas al mes, 150 dólares por cada una.

Ambos, al igual que Clemente Muñoz, reconocen que este tipo de trabajo tiene altos y bajos económicos. Están concientes de que los acordes de sus guitarras y sus voces no gozan del gusto de toda la sociedad.

Ellos siguen ahí, como lo hicieron sus maestros, quienes fallecieron hace pocos años.

Las seis personas que integran los dos tríos, el Iris y Estelar, pasan en este lugar abierto desde las ocho de la noche hasta las tres de la madrugada. Están dispuestos a tocar varios géneros que van desde baladas, pop, pasillos, boleros, merengues, cumbias.  Excepto salsa.