Hace 15 años el padre Ignacio Moreta creó la Fundación de Asistencia Social Madre Dolorosa.

Son dos panoramas distintos creados por la misma mano voluntaria, la Fundación de Asistencia Social Madre Dolorosa. El primero es un dispensario médico ubicado junto a las instalaciones del colegio Javier (km 5 y medio de la vía a la costa). El otro es la escuela Domingo Salame en el km 24 de la vía perimetral.

En el policlínico se percibe limpieza. Aquella que va más allá de los asientos libres de polvo o de los instrumentos médicos esterilizados correspondientes a las nueve salas de especializaciones médicas. Es la que se nota en las miradas alegres y en las palabras de las voluntarias, doctores, enfermeras, incluso de los enfermos que van a este sitio.

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No importa trabajar más allá de la jornada laboral. En la tarde del martes pasado –a las 16h25– un solo paciente, Marco Terán, era atendido en la sala de odontología a pesar de que el horario de atención terminaba las 16h00.

No podía perder la consulta ya que el malestar en la dentadura era algo grave y porque –como destaca Ana Lasso, presidenta de la Fundación– el costo es cómodo: 1 dólar incluida la medicina.

Los exámenes médicos completos: de sangre, heces y orina cuestan 3 dólares.

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En este mismo sitio está ubicado el departamento de psicología. De allí –recuerda Ana– salieron algunos profesionales que atendieron a la familia Estacio, provenientes de Esmeraldas y cuya historia le dio una lección de vida ya que aprendió que “todos los seres humanos tienen sentimientos y percepciones iguales ante cualquier situación”.

Cuenta que hace unos diez años, ella y un grupo de voluntarias iban a recoger al bebé de esta familia que vivía en condiciones infrahumanas, para llevarlo a un albergue. Estas personas habitaban en una casa de 1,50 m de alto y cuyo piso estaba cubierto de basura. Lo que comían, como el día en el que las voluntarias hicieron la visita, podía ser una sopa de cáscaras de camarón.

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No se llevaron al niño. “El llanto de la madre era desgarrador”, dice Ana.
El padre Ignacio Moreta –más conocido por su labor de ayuda con los niños chamberos– la interrumpe para recordarle la necesidad de ampliar la unidad educativa vespertina Domingo Salame, el segundo espacio que levantó esta fundación hace tres años.

En este sitio, que en las mañanas funciona bajo el nombre de Unidad Educativa San Ignacio de Loyola, estudian 240 niños que reciben uniformes y útiles escolares. También pan, colada o guineos en los recreos de las 15h00.

En una de las siete aulas, la del 7º grado de educación básica, los alumnos de este curso reciben clases en un aula con poca luz pero bien ventilada.

Geomar Hidalgo, de 10 años, es una de las niñas que acude a la institución desde el año pasado cuando su madrina le informó a su mamá de los beneficios que presta esta institución.

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En medio del silencio y del orden de todos los estudiantes se atreve a decir que los profesores y las personas que trabajan en la escuela son sus amigos.

Uno de ellos es el fundador de esta entidad, el padre Ignacio, quien junto a las 182 colaboradoras de la Fundación manejan tres guarderías en la comunidad San Ignacio de Loyola, en Guayaquil; en la San José, en Durán; y en las Iguanas, en Paján.