El diccionario de la Real Academia trae la definición biológica, “estado de actividad de los seres orgánicos” y “acción de tiempo que decurre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte”.

También hay el significado humano de la vida, en que entran lo espiritual, la calidad del medio en que se desarrolla el ser humano, el acceso a la educación, la cultura, la salud y a los espacios que son vitales. La vida humana es la que motiva estas líneas, porque se proyecta aun después de la muerte física. Los cristianos expresamos que “Jesús es Vida”, no que “fue vida”, y creemos en la resurrección que no es corpórea sino de formas de vivencias después de la muerte.

Verdad que Lázaro fue premiado con la resurrección corpórea, el propio Jesús regresó al tercer día y luego ascendió a los cielos. Pero, ¿cuántas veces sentimos la vida de los que aparentemente se fueron? Nos iluminan, nos guían, nos protegen.

Sin embargo, la vida que debemos reclamar no es solo la de la resurrección, también la de justicia y equidad en la existencia terrenal. El Nuevo Testamento no solo se refiere al paraíso y al infierno, premio y castigo, para después de la muerte, sino a la vida y al respeto que esta merece, que en todo momento aparece en los evangelios.

La muerte corpórea no debe transformarse en olvido, no solo en lo familiar, sino también en el entorno social, no se confunda pensando que el recuerdo debe necesariamente plasmarse en el nombre de una calle, una plaza, una escuela, o en un monumento, que bien están para honrar a quienes lo merezcan, pero principalmente debe ser continuar la obra, cuidar la semilla, acrecentar la luz que significó quien se nos va.

Menciono una circunstancia reciente demostrativa de que si hay espíritu y gratitud colectiva, los días domingo y lunes de esta semana en Ancón, acompañamos a un hombre que amó profundamente a ese pueblo, fue el último secretario general de los Obreros de Petroecuador, el Colorado Luis López, nunca condicionó la amistad, la única nobleza que vale, la del alma, se encarnó en él. Ancón lo recordará como uno de los artífices de lo que es hoy. Tenía la cultura de un caballero, fue mejor negociador por los derechos colectivos que muchos de los que son titulados, sus manos siempre estuvieron abiertas. Su vida seguirá siendo parte de la Península.

El próximo domingo es el Día de las Madres, matriz de la vida, en que se reproduce María la madre de Dios. Sin María, la madre, no es posible comprender a Jesús como ser humano. Su misión la cumplió hasta el último momento, junto a la Cruz. Nada puede alejar a una madre de su hijo, María lo demostró.

A Jesús lo tuvo la Virgen en su vientre. Hay mujeres que no han tenido en su vientre a criatura alguna, pero la sensibilidad y el amor saben potenciarlos y son tan madres como aquellas a las que la naturaleza les dio la oportunidad. Ser madre, más que una circunstancia biológica, es una definición de amor.

Lo que una madre da a su hijo no tiene precio. Es entrega, dedicación, sueño, esperanza y realización. No hay edad en que se rompa el vínculo de madre-hijo, quien no honra ese vínculo, no tiene calidad humana.

A las madres, mi homenaje en estas letras. Significan la vida.