Quiero pintar este mes de mayo con aquellos colores que quedaron impresos en la memoria de mis años infantiles. Soy parte de aquella civilización campesina ya desaparecida, donde faltaban los recursos económicos y tecnológicos de los que hoy disponemos, pero sin embargo disponíamos de lo indispensable para curarnos de los pocos males de la época y donde la vida era un encuentro diario con la felicidad. Mis abuelos y mis padres tuvieron la educación suficiente para entender la realidad que vivían y para adentrarse en la conducción serena y diáfana de sus existencias, en verdad, a costa de mucho sacrificio y de enormes renuncias.

Tres recuerdos están insertos en este mes: la celebración del Día del Trabajo (1), la Independencia del Ecuador (24) y la celebración de la festividad de María Auxiliadora de los Cristianos (24); cada fecha dejó huellas imperecederas en mi formación escolar y colegial.

El amor al trabajo es una de las más ricas herencias de la formación recibida; se me dijo y se insistió hasta la saciedad que los estudiantes éramos obreros del pensamiento y que debíamos producir resultados visibles en formación y conocimientos para no defraudar las esperanzas de nuestros padres y para no ser ladrones de los esfuerzos que ellos hacen por dar a sus hijos techo, vestido, alimentación y educación. Enorme misión de los educadores: formar generaciones para el trabajo honesto y responsable.
Quienes fuimos alumnos salesianos aprendimos, desde muy niños, a querer entrañablemente la tierra que nos vio nacer, a quererla con sus virtudes y con sus defectos, a defenderla con nuestro esfuerzo; es por esto que cada 24 de mayo es la ocasión para examinar el camino recorrido y para tomar fuerzas para el camino por recorrer. Los símbolos patrios (bandera, escudo e himno nacional) siguen siendo los signos externos y visibles que nos recuerdan que tenemos una patria y que nuestro país se llama Ecuador, temas para algunos insignificantes y para otros de enorme trascendencia; cuidado con el vendaval de la modernidad que quiere arrebatarnos ciertas anclas indispensable para seguir asidos a nuestra historia y a nuestras tradiciones y cultura.

Los educadores de la Costa y de Galápagos veríamos con buenos ojos que se reforme el art. 274 del Reglamento General de Educación estableciendo que cada 24 de mayo sean proclamados los nuevos abanderados en todas las instituciones educativas, porque esta acción, al comienzo del año lectivo, es una motivación oportuna para que los estudiantes sigan el ejemplo de quienes se distinguieron por su aprovechamiento y conducta. Esto no quita que el 26 de septiembre se celebre el Día de la Bandera con el juramento respectivo. Las escuelas y colegios que desde hace varias décadas proclaman abanderados en torno al 24 de mayo, son testigos de la bondad de este procedimiento; la oportunidad no es un elemento accesorio, es fundamental.

A propósito, dejo para otra entrega referirme a la fiesta de María Auxiliadora y a su trascendencia espiritual en la formación de la niñez y de la adolescencia.