Desde Washington, la capital de los Estados Unidos, llegan nuevas preocupaciones para el país. Y no me refiero esta vez a los constantes escalofríos que producen el Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial o el Interamericano de Desarrollo, sino a la noticia de portada del prestigioso diario The Washington Post, del lunes.

Sí, el mismo periódico que descubrió el caso Watergate, cuyo efecto fue la salida inusitada de Richard Nixon de la Casa Blanca, presenta ahora la historia de dos compatriotas, humildes sin duda, que fueron ‘rescatadas’ según ha dicho el diario, de casa de dos de los representantes diplomáticos ecuatorianos ante la Organización de Estados Americanos (OEA), por estar sometidas, según la misma fuente, a lo que han denominado la ‘esclavitud moderna’.

Un caso de migración, legal esta vez, que preocupa y desvela. Porque si bien habíamos aceptado a regañadientes la idea de que los ecuatorianos se han convertido en los primeros ‘balseros’ latinoamericanos en querer llegar a los Estados Unidos en inmundos barcos pesqueros –para no someterse a los coyotes que los hacen deambular por meses entre Centroamérica y México, para en algún momento, introducirlos a los Estados Unidos–, esta que denuncia el Post sería una nueva faceta de la migración, ahora con valija diplomática.

Son altos funcionarios quienes aparecen esta vez como supuestos responsables, en lo que el ex embajador en esa representación ante la OEA, Blasco Peñaherrera Padilla, ha dado a llamar acción ‘de una mafia que ha centrado sus ataques contra miembros del cuerpo diplomático de Washington’, que como en muchos otros lugares del mundo, optan por llevar hasta el servicio doméstico de sus lugares de origen.

Se refiere a la organización Casa de Maryland, que es la que se atribuye el ‘rescate’ de las ecuatorianas y a la cual utiliza como fuente The Washington Post.

Mafia o no, abuso o no, lo cierto es que una de las empleadas domésticas en mención asegura haber trabajado hasta 80 horas semanales (el doble de la jornada laboral en el Ecuador) y no haber recibido la retribución correspondiente. Y sin embargo, los funcionarios involucrados tampoco han hablado sobre el tema. Un tema que tampoco ha sido abordado a cabalidad por la Cancillería, que oficialmente “investiga”.

El de la migración en su diversidad de facetas, señores, es sin duda el mayor drama social que afronta nuestro país actualmente, y como tal hay que tratarlo. Quizás no lo sentiremos en las calles y en los barrios, sino hasta dentro de una o dos décadas, cuando esos niños que hoy se quedaron sin su padre, su madre o ambos, y al cuidado de la abuela, sean ya adultos y manifiesten todos los complejos, temores y distorsiones que la ausencia familiar les haya dejado. Y si la migración viste hoy también cuello blanco o no, es algo que debe quedar claro con urgencia en el país.