En el año 2000 la fundación cambió su nombre. Antes se llamaba Un Cambio por el Cambio.

El ambiente de inocencia que se percibe a través de los rostros, sonrisas y juegos de los niños inunda las instalaciones de la escuela de la fundación Niños con Futuro, Felipe Costa von Buchwald, ubicada en la cooperativa Vivienda Guayaquil (calle 13 y Av. 8 de la ciudadela Kennedy).

Allí, 145 infantes de sectores marginales como Flor de Bastión, isla Trinitaria, Perimetral y Jaime Toral, y cuyas edades van desde los 6 hasta los 14 años, reciben clases, alimentación y cariño, resultado de las aportaciones económicas que reciben de la ciudadanía.

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A Lenín Chóez, un niño de 12 años y de contextura delgada, no le importa despertarse a las 05h40 para llegar a la escuela a las 07h00. El viaje lo hace desde el sector de Flor de Bastión donde vive junto a sus hermanos de 7 y 8 años que también asisten a clases.

El pequeño que cursa el 3er grado de educación básica dice que disfruta de los juegos de volei durante los recreos, cada mañana. 

De allí, comenta, vuelve a su aula que está ubicada en la planta baja. Espera hasta las 12h30 cuando el timbre suena nuevamente y se dirige a la sala del comedor.

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Un poco avergonzado y con las manos hacia atrás, Lenín revela en secreto que algunas veces lo dejan repetir su platillo preferido: arroz con pollo.

“Después del almuerzo nos cambiamos para hacer deportes. Las mujeres juegan básquet. A mí me gusta jugar fútbol. Luego nos bañamos y nos vamos a la casa, a las cinco (de la tarde)”, manifiesta el infante que desea ser abogado, al tiempo que observa con ansias el recreo de los estudiantes del primer grado.

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Lilian Jiménez (de 4 años) pertenece a este grupo. Ella corre y juega El puente se ha quebrado junto a sus compañeras. No le hace caso al viento ni al polvo. Sus cabellos y su uniforme –que le fue donado por la Fundación– están alborotados. Pero eso no es problema para ella.

Dice que su mamá la va a recoger a la hora de salida y que cuando llegue a casa se bañará y hará las tareas.

El aula donde recibe clases está cubierta de carteles que muestran los colores básicos, las vocales y algunos animales. Todos son elaborados por su maestra que recibe una remuneración menor a los veinte dólares.

Siempre –comenta Lilian– la profesora se queda con nosotras hasta el fin de la tarea.

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Recuerda que el primer día de clases, a mediados del mes pasado, sintió temor por estar lejos de casa. Ahora, asegura, se siente segura y cómoda con todos los materiales escolares que tiene.

Mientras ella juega, Gustavo Corozo (de 12 años) recibe clases en la sala del primer piso que corresponde al 7° grado. Este curso es el único donde los ocho chicos que lo integran estudian alrededor del escritorio del profesor.

Este pequeño de cabellos rizados y tez trigueña estuvo el año pasado en la escuela San Ignacio de Loyola, situada en el kilómetro 24 de la vía perimetral.Dice sentirse agradecido por la oportunidad y feliz de que su mamá gaste solo 1,50 dólares cada mes. Le preocupa cruzar la avenida Juan Tanca Marengo ya que “los carros pasan rápido y no hay un paso peatonal”.