Delgado se enteró, a través de este Diario,  de que se proyectaría el documental en el que actuó de niño. Alfredo Delgado Párraga tenía 11 años en 1966. Recientemente había llegado a Guayaquil, desde Esmeraldas, en busca de su madre. Como no tenían recursos económicos suficientes, el niño trabajaba como betunero en las tardes y estudiaba por las noches. 

Una tarde acudió al restaurante El Flamingo,  ubicado en Nueve de Octubre y Boyacá, junto a la floristería La Orquídea. Allí estaba Rolf Blomberg, un  cineasta sueco que se hallaba en Guayaquil de paso.  “Se estaba tomando un pintado,  lo que nosotros actualmente conocemos como capuchino. Me llamó y me dijo: ‘Muchacho, ¿quieres actuar en una película?’. Como si me estuvieran ofreciendo una gran paleta  dije que sí,  inmediatamente”, refiere Delgado ahora, a 38 años de este episodio.

Blomberg y Delgado quedaron en verse la tarde siguiente en el mismo sitio. El pequeño betunero llegó a su casa y le dijo a su madre: “Conocí a un gringo y me propuso actuar en una película”. Su progenitora, señala Delgado,  no le creyó.

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 Al día siguiente Blomberg se encontró con Delgado y le pidió que lo llevara a su casa. “Él le explicó todo a mi mamá. Ella confió en él enseguida porque se dio cuenta  que era un hombre serio, decente y respetuoso”,  refiere. A los tres días se inició el rodaje de Alfredo frän Guayaquil (Alfredo de Guayaquil). “Éramos solo Rolf, su cámara, el taxista que nos llevaba a todos lados y yo; la filmación fue durante tres semanas en distintos sitios de la ciudad”, comenta.

Delgado indica que antes de irse, Blomberg le propuso viajar con él a Suecia para que esté presente en el estreno del documental. Sin embargo,  su madre no le permitió marcharse. “Recuerdo claramente que a Rolf se le salieron las lágrimas. Ambos nos habíamos cogido mucho cariño”,  afirma. Añade: “Él hizo algo superbueno por mí, me dejó trabajando en la floristería La Orquídea como mensajero, porque él era amigo del dueño; eso fue muy importante para mí porque yo ya no quería trabajar como betunero”. Además, recalca que Blomberg lo trató “de lo mejor y me pagó algo simbólico que a mí me estimuló mucho”.
Asegura que nunca volvió a hablar con Rolf  ni pudo ver el documental. “Sé que a veces llamaba al dueño de La Orquídea y le preguntaba por mí,  pero yo no lo volví a escuchar”,  añade.  

En la vida de este hombre han pasado casi cuarenta años. Durante este tiempo trabajó en varias floristerías y luego fue dueño de algunas;  incursionó en la pintura de manera autodidacta, se casó dos veces y tuvo cinco hijos.  Viajó a varios países, entre ellos, Perú, Panamá y Colombia, “entre otras tantas aventuras y sueños alejados de ese encuentro que tuve de niño con el cine”,  sostiene Delgado. Próximamente abrirá un restaurante.

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Reencuentro con el pasado
El pasado martes 27 de abril, cuenta Delgado que abrió este Diario para leer la sección ‘Arte y Espectáculos’. “Pegué un brinco al leer que Alfredo frän Guayaquil se iba a proyectar en la sala del MAAC Cine, en la apertura del Tercer Festival Encuentros del Otro Cine. Me parecía imposible”.  

Delgado nunca le había contado esa historia a los dos hijos de su segundo matrimonio, así que ellos, al ver su reacción, se quedaron atónitos, comenta. A las 19h00 de ese día, él y sus dos hijos: Cristhian (15) y Andrea (11), y su esposa estuvieron en el MAAC Cine, en Malecón 2000. Su hijo dice que se sintió orgulloso al ver a su padre: “Me dio gusto ver como él fue un niño luchador que nunca descuidó los estudios por el trabajo”.

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Por su parte, Delgado manifiesta que este fue uno de los días más felices de su vida.  “Ahora digo que  he tenido dos días geniales: el día que nació mi primera hija, el 4 de marzo de 1986 y el 27 de abril del 2004”. El documental tuvo gran acogida en el público. La gente,  tras la proyeccción de la cinta, pudo felicitarlo. La hija de Rolf Blomberg, Marcela, quien además dirige el archivo Blomberg,  expresó su emoción al ver a Delgado. Dijo que quería darle un abrazo porque para ella era muy emocionante conocerlo.

Tras la exhibición, Delgado  salió al escenario.  “Casi me caigo de tanta alegría”,  sostiene.  “Tenía previsto bromear con el público, pero de tanta emoción me olvidé,  yo quería hacerlos reír,  expresarles mis sentimientos,  pero no pude, no supe qué hacer”,  añade.

Del Guayaquil de la década de los sesenta Delgado no extraña casi nada, “porque ahora Guayaquil luce más linda, más limpia, más llamativa”, afirma. “Lo único que sí añoro es que la vida de esa época era más segura, más tranquila, más barata; había menos habitantes;  también recuerdo con nostalgia algunos lugares de comida típica que eran grandes atractivos de la ciudad”.

En el documental decía Delgado que entre sus sueños estaban viajar en un transatlántico y ser futbolista. Dice  ahora que esos sueños “no se cumplieron”. Sin embargo, “la vida supo por dónde llevarme, me dio hijos, me permitió conocer el amor.  Además, me  marcó a través de bonitas experiencias como la de participar en un documental. Me permitió conocer a Rolf que fue un gran hombre.  De él adquirí el gusto por el cine y  el capuchino. Ahora me tomo una tacita por día”, cuenta con una sonrisa.

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Delgado cree  que ver el filme en el  que actuó de pequeño le permitió vincularse con su pasado,  con sus recuerdos;  además, espera que le sirva para formar un nexo con el archivo Blomberg, concluye.