En la Grecia antigua se desdeñaba el trabajo físico y el docente, que era considerado propio de esclavos, para liberar a los esclavistas, “seres superiores”, y que puedan disponer de su ocio. Aristóteles calificaba a los trabajadores de herramienta viva, una parte animada de los bienes de sus amos, una cosa, un buey.

Esta misma concepción era la que primaba en la revolución industrial, que nació en Inglaterra en el siglo XVIII, pese a que en su mismo suelo Adam Smith, el fundador de la economía liberal clásica, sostenía que el trabajo es la fuente única de la riqueza. Algunos interpretaron esta teoría adjudicando a otros el trabajo para su enriquecimiento. Lo cierto es que, aunque la revolución contribuyó enormemente al desarrollo de la sociedad, sacrificó a los trabajadores, que habían incrementado la población, multiplicado la oferta de trabajo con la extensión de la prole, merced a lo cual se aumentó la jornada de labores y se redujo los salarios de quienes servían en condiciones de alta inseguridad y falta de higiene. Se empleó la mano de obra de mujeres y niños por ser más barata, explotándola inicuamente. Fue entonces cuando surgieron los sindicatos, para bregar por mejores condiciones de trabajo, que fueron suprimidos legalmente y después recobraron la legalidad. En Inglaterra, en el siglo XIX, los trabajadores impulsaron un movimiento, el cartismo, que pugnaba por el establecimiento del sufragio universal, por entender que debían entrar en la escena política para alcanzar sus reivindicaciones.

Así llegamos a 1889, cuando en Estados Unidos de América, como consecuencia de la lucha de anarcosindicalistas por la reducción de la jornada de trabajo el 1 de mayo, fueron varios de ellos ejecutados. Tardarían algunos años para que en Ecuador, en 1916, se estableciera la obligación de laborar ocho horas diarias, seis días a la semana. Y en 1922, como producto de la precaria situación económica de la nación y en particular de los trabajadores, organizaron estos una huelga, que fue reprimida a sangre y fuego. Entonces nacieron las cruces sobre el agua del río Guayas, de Gallegos Lara.

Actualmente en muchos países y actividades económicas se registran abusos. Se ha denunciado que los trabajadores de ropa y zapatos deportivos laboran en agotadoras jornadas y perciben míseras remuneraciones. Las mujeres continúan siendo las mayores víctimas, ganan 20% menos que los hombres, aun en trabajos considerados femeninos. Y son más las desempleadas que los desempleados, cuyo triste ejército –que lo forman también los subempleados con el disfraz– aumenta en la loca carrera de reducción de personal que en el planeta entero existe, que arroja sin compasión a la calle a miles de miles de seres humanos para privilegiar los beneficios y recarga de faenas con la misma retribución a los servidores que quedan, preguntándose si ellos serán los próximos expulsados. Y los verdugos, orgullosos exhiben sus espadas, también en el sector público, prosternándose ante el FMI. También, en nombre de la modernización, se pretende arrebatar a los trabajadores sus derechos como el de la participación de utilidades y que laboren más. Y todo esto ocurre en el mundo de la globalización, que globaliza para algunos la riqueza y para la mayoría la miseria.

Justo es en esta fecha rendir homenaje no solo a los esforzados, responsables y luchadores obreros y empleados, sino también a los jefes que son los primeros en entrar y los últimos en salir de su lugar de trabajo, a quienes valoran el recurso humano.