El asunto se vuelve tremendamente difícil cuando quien ganó, presentando una propuesta y respaldado por determinados grupos que la ciudadanía aceptó, una vez en funciones busca otros aliados y olvida sus ofrecimientos.

Hace algún tiempo, cuando Felipe González había perdido las elecciones, tuve oportunidad de escucharlo en una conferencia cuyo título era ‘La aceptabilidad de la derrota, garantía de la democracia’.

La tesis de González era que durante el período electoral se presentan los candidatos, cada uno con su propuesta. Los ciudadanos eligen a uno de ellos, lo que significa que prefieren esa propuesta y a esa persona para que la ponga en práctica, por lo cual lo democrático es que la oposición reconozca que es eso lo que quieren los ciudadanos, que su propuesta fue desechada y que no pretenda gobernar desde otras instancias o poner dificultades para que el nuevo gobernante cumpla con el plan que la ciudadanía aceptó.

Los verdaderos demócratas, decía González, respetan las decisiones del pueblo y las aceptan.

Si no es así, obstaculizan la democracia y, por supuesto, se puede poner en duda su calidad de defensores de ella.

El pensamiento de González tiene lógica y podría hacernos pensar que en circunstancias de turbulencia política, cuando parece que la democracia está en riesgo, lo que conviene hacer es recordarle a la oposición que su contribución para mantenerla es aceptar que el pueblo eligió otro proyecto.

Pero el asunto se vuelve tremendamente difícil cuando quien ganó, presentando una propuesta y respaldado por determinados grupos que la ciudadanía aceptó, una vez en funciones busca otros aliados y olvida sus ofrecimientos, para actuar de manera parecida a lo que proponían o representaban sus opositores.

En otras palabras, cumple el papel de la oposición. Se hace oposición a sí mismo.

En ese caso, el gobernante se arriesga a una gran soledad. Quienes siempre fueron sus opositores y ahora quizás parecen sus aliados, probablemente lo serán solo coyunturalmente, en tanto puedan sacar adelante sus proyectos y, sus antiguos aliados. Aquellos con los que llegó al poder, ya no lo son.

Difícil tarea entonces la de defender la democracia, cuando el elegido pasa a la oposición. Se necesitaría una enorme dosis de liderazgo para proponer un gran pacto nacional y un borra y va de nuevo.