En la intifada palestina que estalló en septiembre de 2000, un día después de la innecesaria visita hecha por Sharón –entonces cabeza de la oposición– al Templo del Monte, aproximadamente han muerto mil israelíes y más o menos tres veces más palestinos.

Es difícil no ver bien el prospecto de que Israel finalmente deje la Franja de Gaza. Luego de 37 años de ocupación israelí, el plan del primer ministro Ariel Sharón para retirarse no es ni demasiado poco ni demasiado tardío. El problema, más bien, es que parece diseñado no simplemente para salvar el tema de un acuerdo permanente sobre el estatus entre Israel y Palestina, sino de hecho para evitarlo.

El último intento por llegar a un acuerdo fue hecho en enero de 2001, en los últimos días del gobierno laborista de Ehud Barak. Se basaron en el Plan Clinton que fue aceptado –con reservas– por ambas partes en diciembre de 2000. Pero el tiempo fue poco, y las elecciones en Israel estaban pendientes. Ambos lados prometieron al otro regresar a las negociaciones inmediatamente después de estas elecciones.

Pero, cuando Ariel Sharón fue electo como Primer Ministro de Israel, anunció que no regresaría a la mesa de negociación mientras continuara el terrorismo. No pudo acabar con el terrorismo, y hasta este día las pláticas entre las partes no han continuado.

En la intifada palestina que estalló en septiembre de 2000, un día después de la innecesaria visita hecha por Sharón –entonces cabeza de la oposición– al Templo del Monte, aproximadamente han muerto mil israelíes y más o menos tres veces más palestinos. El ciclo de ataques terroristas y retaliación es inacabable. La creencia de que solo el poder derrotará al otro lado ha caracterizado a los años recientes y se ha demostrado, en gran medida, su falsedad. En contra de este fondo de prolongada falta de esperanza, se han tomado medidas no oficiales para retornar a la mesa de negociación y avanzar entendimientos que puedan acabar con el conflicto. La Iniciativa de Ginebra fue lanzada el 1 de diciembre de 2003, luego de más de dos años de trabajo intenso de un grupo palestino encabezado por Yasser Abed Rabbo y un grupo israelí que yo encabecé. Esta iniciativa demostró que es posible tender puentes entre todas las diferencias para alcanzar un común denominador, en el espíritu del Plan Clinton. La Iniciativa de Ginebra, que entró en un vacío político, causó un choque al sistema: ganó el apoyo de cerca del 40% de la opinión pública tanto de Israel como de Palestina; recibió serio aliento de los líderes de todo el mundo y sirvió como prueba de que aún queda alguien con quién hablar y algo de qué hablar.

Ariel Sharón no está preparado para pagar el precio de la Iniciativa de Ginebra, que propone que la frontera entre Israel y el Estado palestino se base en las líneas de 1967, con cambios recíprocos y sobre una base igual. Sin embargo, comprende que en unos pocos años, una minoría judía controlará a la mayoría palestina si no se establece una frontera entre israelíes y palestinos. Contra este trasfondo inició el retiro unilateral de la Franja de Gaza. De esta manera, liberará a Israel del control de un millón de palestinos, fortalecerá su control de la ribera occidental y podrá continuar construyendo asentamientos ahí, sin tener que enfrentar dos de los más sensibles temas que han estado en la agenda durante décadas: el futuro de Jerusalén y la solución al problema de los refugiados palestinos.

La reunión de Sharón con el presidente Bush pretendía obtener comprensión de la administración norteamericana para este paso israelí. No hay duda de que en la Casa Blanca, Sharón recibió precisamente lo que quería. Desde un punto de vista legal, la carta del presidente Bush para Sharón contiene una distinción entre el compromiso norteamericano y las evaluaciones presidenciales con respecto a las fronteras del estatus permanente. La pretensión de que todos los puntos logrados por Sharón pueden encontrarse en la Iniciativa de Ginebra (la unión de los bloques de asentamientos a Israel, la no mención del derecho al retorno de los refugiados a Israel y una nueva frontera que difiera de las líneas de 1967) es realmente precisa. Pero, en la Iniciativa de Ginebra pudo alcanzarse el consentimiento palestino, mucho más significativo que el consentimiento de un tercer interesado. Sharón, sin embargo, prefirió la carta del presidente Bush a las negociaciones con los palestinos, y la carta logró su cometido: los ministros del Likud fueron persuadidos y los miembros del Likud darán apoyo a Sharón el 2 de mayo, cuando se les solicite expresar su posición sobre el retiro de la Franja de Gaza.

Pero la vida es más compleja. El retiro de la Franja de Gaza no es un sustituto para el acuerdo. El retiro probablemente fortalezca a los hamas y debilite a los elementos pragmáticos, mientras que no será probable que acabe con el conflicto o aumente las presiones por encontrar una solución a los problemas que han permanecido abiertos para ambos lados. Sharón bien puede creer que el retiro de la Franja de Gaza le evitará tener que conducir negociaciones con los palestinos, pero sin tales negociaciones y sin un convenio como el Acuerdo de Ginebra, el conflicto continuará poniendo en peligro la estabilidad de la región y la seguridad de las partes embrolladas en él. Si el retiro de la Franja de Gaza se convirtiera en realidad, no debe permitirse que sustituya un acuerdo sobre el estatus final, sino convertirse en el primer paso del proceso de retornar a las partes a la mesa de negociación

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