El Pontífice hizo esta afirmación ante varias decenas de miles de personas que asistieron en la plaza de San Pedro del Vaticano a la audiencia general de los miércoles, cuya catequesis dedicó al Salmo 26, “Plegaria del inocente perseguido”.

Juan Pablo II presentaba buen aspecto, tenía la voz fuerte y se le vio relajado. Como ya es costumbre, no leyó todo el texto preparado.

El obispo de Roma dijo que tres símbolos sobresalen en este salmo. El primero es la pesadilla de los enemigos, descritos como falsos testigos que respiran violencia; el segundo es la pérdida de los afectos naturales más queridos y el tercero es la búsqueda del rostro divino, que en el lenguaje de los salmos es la intimidad con Dios a través de la oración.

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Sobre la pérdida de afecto, el anciano Pontífice manifestó que ante la soledad y la pérdida del afecto, el cristiano no está totalmente solo, ya que sobre él está Dios misericordioso.

El Papa añadió que la mano paterna y la materna de Dios tocan silenciosamente y con amor las caras sufridas “y posiblemente con surcos causados por las lágrimas” de esas personas.

Respecto del tercer símbolo, Juan Pablo II manifestó que con la “confianza” que da poder contemplar el rostro de Dios, el cristiano entra en contacto con su gloria y no buscará más, “ya que no hay nada más valioso que poder amar al Señor”.

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