Hace catorce días, mi colega ecuatoriano Walter Yánez recibió la autorización final de Petroecuador, y ha estado en la Amazonia, en el patio de Petroproducción, en Lago Agrio, cortando y sacando todos los pedazos de tubos servibles de la montaña de chatarra; material base para la construcción de cien puentes colgantes en Ecuador.

La solicitud para eso la hice exactamente el 17 de abril, hace nueve meses, y ahora se hizo realidad. ¡Qué maravilla! El jueves 15, Walter fue llevado al piso más alto del edificio de Petroproducción, filial operativa de Petroecuador.

“¡Oye!, ¿tú no eres el puentero ese?”, lo llamó un señor con cordial sonrisa a través de la sala.

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Era el ingeniero Fausto Jara, vicepresidente de la estatal petrolera, en medio de toda la cúpula de Petroproducción. “¡Qué verraco, hombre! Esa es la gente que quiere mi Ecuador! Mira, Walter…, aquí tú tienes las puertas abiertas”. Ese mismo rato las firmas del directorio se completaron, y minutos más tarde Walter tuvo en sus manos lo que había tardado todos esos meses, y a ratos parecía a punto de perderse: el permiso para obtener tubería con la cual podamos elaborar puentes peatonales en Ecuador.

Eso no quiere decir que ya tengamos todos los tubos (si los tuviéramos que comprar, comercialmente significarían unos $ 300.000 con los actuales precios del acero), más bien significa que en esta ocasión nos dan tubos pequeños, para partes de los pisos de los cien puentes, y los tubos realmente indispensables de torres y anclajes para al menos unos veinte puentes.

El resto nos lo entregarán cada vez que haya disponibilidad de la tubería que retorna de los campos. Pero siempre retorna. Los pueblos que necesitan y quieren trabajar por su puente no vehicular, deberían saber que hay esperanza; talvez no hoy, ni este mismo mes, pero cuando retornen los tubos viejos de los campos. ¿Un sueño imposible? Ya no tanto.

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Ya ha funcionado así en Ecuador con ochenta y nueve puentes, y talvez ahora con otros cien más; solo que mucho más rápido, ojalá sea uno por semana; eso, si es que nuevamente logramos encontrar cables en las compañías perforadoras de Ecuador o el exterior, porque las setenta toneladas de cables recolectados en Houston, Estados Unidos, ya se embarcaron hacia Camboya y no hacia Ecuador. Hay que ver también si las comunidades todavía quieren trabajar. Para empezar, podrían registrarse llamando al número telefónico 02-274-2203.

Me gustaría poder decir que ahora puedo regresar a Ecuador y ayudar yo también, pero ese no será el caso; mi presencia allá, ya no hace falta. Walter ya aprendió, y en lo demás lo ayudaré desde la distancia. Ya corresponde a los ecuatorianos, y muy bien pueden hacerlo.
A mí me corresponde llevar lo que nació en Ecuador, a otros países y compartirlo con pueblos en circunstancias aún más difíciles; como quien lleva un tesoro, voy agradecido y lleno de esperanzas. Justamente en estos días, me despido también por un rato de Camboya para intentar la misma tarea de levantar puentes en Vietnam. Al parecer, eso es parte de mi destino, siempre despedidas, siempre bienvenidas, siempre de paso.

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Hasta los modestos monjes budistas, con sus batas azafranes, que veo en los puentes y caminos, tienen su monasterio. Yo no soy monje ni tengo monasterio, pero poseo un camino.

¿Hacia dónde exactamente? Eso es imprevisible, pero como lo decía Shinso, un maestro Zen: “No importa cuál camino recorro, yo me voy a casa”.

Toni Ruttimann
Phnom Penh, Camboya
 

 

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