Le solicité a un “viejo, amigo abogado” unos trámites judiciales para que mis sobrinos puedan salir del país por vacaciones. Luego de darle unos documentos y dinero por adelantado, esa persona desapareció; cuando la localicé me dijo que los trámites están complicados, que la jueza estaba de vacaciones, que debía darle $ 300 más, etcétera.

Cansada, concurrí al Palacio de Justicia, y luego de las averiguaciones me mandaron a un Juzgado de la Niñez y Adolescencia; esperé pacientemente y me atendió una amable y joven abogada jueza. Ella firmemente, luego de explicarme los pasos por seguir, me dijo: “No se deje sorprender, aquí nada de coimas; busque abogados honestos que sepan del tema”.

Seguí su consejo y fui al Colegio de Abogados del Guayas; me recibió un abogado, también joven, quien me realizó los escritos. Pude obtener los documentos en regla, sin dar coimas; lo que mi viejo “amigo” me hizo creer sobre las dificultades, lo resolví con transparencia y me cobraron conscientemente.

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Yo que he escuchado comentarios negativos de corrupción en las cortes, me siento complacida de ver el buen proceder de ciertos jóvenes abogados que demuestran su capacidad y valor moral.

Los que tenemos fe en el país sabemos que ahí está la respuesta a nuestros problemas, en el buen proceder.

Carmen Almazán de Rodríguez
Guayaquil

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Hace muchos años, siendo yo un menor de cinco años, escuché a un eximio jurisconsulto quien al intervenir para mediar en un incidente en mi ex barrio Orellana, cuando alguien le preguntó quién era él, dijo: “Soy abogado”; palabras que me impactaron y motivaron a que abrazara esta noble profesión, porque sentí que ese título de honra inspiraba respeto y sobre todo, categoría moral.

En estos últimos tiempos, al observar los fenómenos que operan en nuestra llamada sociedad civil, puedo darme cuenta cómo los valores, la honra y la moral, se van deteriorando y cayendo en el descrédito, la desconfianza.

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Y no es para menos, ante ciertos casos de “tinterillada” que se observan en pleno siglo XXI, llamado del modernismo, del cambio y del alto a la corrupción, se ve a “tinterillos” entrar y salir de despachos judiciales, y nadie dice ni hace nada; sin embargo, para ingresar y egresar y hablar en determinados juzgados y tribunales con los administradores de la justicia, los abogados debemos hacer cola.

Ni qué decir en otras dependencias públicas, donde hay guardias privados y porteros a los que la credencial del profesional del Derecho, les importa un bledo.

¿Dónde está el fuero ciudadano del que se dice que goza el abogado? Creo que la respuesta la tienen nuestro gremio y las autoridades.

Ab. Miguel Sánchez Pazmiño
Guayaquil

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