Creo que fue Kant quien ya advirtió contra eso: “Nunca discutas con un idiota. La gente podría no notar la diferencia”.

En las temporadas trágicas uno cree entrever una razón añadida para la existencia de las ficciones: han de ser para compensar la grosería y la idiotez de las realidades. Si tuviéramos que ocuparnos tan solo de estas –y cuando son peligrosas no hay más remedio–, nuestros cerebros acabarían licuados, hechos papilla, convertidos en mecanismos simples y pueriles.

Uno de los problemas de la maldad es que suele ser producto de la estupidez. De tal manera que, para combatir la primera, no solo hay que ponerse manos a la obra, y con urgencia, sino prestar atención a la segunda, a lo que trae y nutre aquélla, por lo general sandeces de grueso calibre. Gente capaz e inteligente se ve entonces conminada a discutirlas, rebatirlas e intentar anularlas, y por tanto a escuchar lemas pedestres, discursos ramplones, razonamientos que no merecen tal nombre, arengas rudimentarias y afirmaciones piradas. Creo que fue Kant quien ya advirtió contra eso: “Nunca discutas con un idiota. La gente podría no notar la diferencia”.

Sin embargo a veces es inevitable desoír ese consejo, por ejemplo cuando los grandes imbéciles te están matando. En primer lugar, uno se defiende, y, en segundo, intenta entender por qué diablos se le dispara. A menudo se descubre que la cosa es incomprensible, y no desde luego por la complejidad de los motivos, sino por lo contrario, por su extremada elementalidad, por la brutal superfluidad, por la indefectible exageración de la medida asesina.

A mi padre le he oído contar que esto último fue su pensamiento inmediato al darse cuenta de que lo que estallaba en 1936 en España era una guerra en regla, y además civil: “Qué exageración”, pensó, “se mire como se mire, nada era para tanto”.

Lo cierto es que en esos casos, además de protegerse, de luchar, de llorar a los muertos y de vivir en permanente zozobra, no queda otra solución que prestar oídos a los asesinos, a lo que explican y argumentan, si es que esas palabras no son demasiado nobles para lo que suele darse. Y puede uno enzarzarse con inmensas necedades. Cualquiera que sepa algo del régimen nazi habrá comprobado que detrás de él no hay una sola idea interesante ni original ni compleja, no digamos inteligente. Basta ver una vez más El triunfo de la voluntad, el grandilocuente documental de Leni Riefenstahl sobre las concentraciones hitleritas de Nüremberg en 1934, para verificar que las masas se enfervorizaban ante discursos completamente vacuos, tópicos y rupestres. Por nuestra parte, durante cuarenta años hubimos de oír las cretinadas franquistas hasta la náusea, todas de nivel intelectual ínfimo, y ahora llevamos más de treinta atendiendo –y lo que es peor, “analizando”– las chuminadas de ETA, que apenas se diferencian de las de Arzallus, unas un poco más lerdas y otras un poco más falsas. Un pueblo vasco que se remonta a tiempos inmemoriales (como todos, qué se le va a hacer; y además no hay memoria de los tiempos inmemoriales, así que vaya usted a saber), anterior a Noé, con errehaches supuestamente únicos y cráneos al parecer inimitables (y ocas también, superiores), fantasiosamente independiente cuando no lo fue nunca ni quiso serlo, con una lengua propia pero que ha debido ser aprendida por la mayoría, voluntariosamente; y por todo eso se llevan asesinadas más de ochocientas personas. En cuanto a Bush y Rumsfeld, los dos individuos que han desatado más carnicerías en los últimos años, la mayor idea que entre los dos han aportado debe de ser aquella ininteligible frase que salió de la boca del segundo y que decía: “La falta de pruebas no prueba la ausencia” (hablaba de las armas iraquíes de destrucción masiva, no sé si se acuerdan). Y qué comentar sobre los profundos pensamientos que llevaron a Milosevic y a Karadzic a sus criminales limpiezas étnicas. Si no recuerdo mal, uno era psicoanalista y el otro poeta, pero su indigencia intelectual fue más bien digna de analfabetos.

Bien, ahora aparecen en nuestro horizonte unos terroristas nuevos, y algunos grabaron un vídeo antes de volarse en un piso de Leganés. La traducción parcial de su mensaje in articulo mortis nos sume también en el inabarcable mundo de las sandeces: truculencias poetizantes aparte, son unos tipos para los que “no hace tanto tiempo” de “la cruzada española contra los musulmanes, la expulsión de Al Ándalus” (iba a escribir “Al Árzallus”), “los tribunales de la Inquisición y la tierra de Tarek Ben Ziyad”. Este último fue la punta de lanza en la invasión de la Península el año 711… Estos terroristas, por decirlo suave, manejan los siglos con desahogo. Tanto, que no veo por qué no se remontan un poco más atrás y respetan el pasado romano de lo que se llamaba Hispania. No sé, si hubiera unos asesinos que asociaran su lucha con el Cid y la Reconquista, los veríamos como unos plastas y unos pirados. No sé si resulta posible no interesarse por quienes nos matan. Pero algo ganaríamos si lo lográramos, una vez oídas sus estúpidas, rancias y tediosas causas. El pellejo lo podríamos perder igualmente, pero al menos, y mientras llegase o no el día, no se nos contaminaría el cerebro con sus memeces descomunales.

© El País, S. L.