Dos periodistas fueron noticia estos días: Xavier Bonilla lanzó su libro La columna de Bonil y a Juan Manuel Yépez le secuestraron su hijita pequeña. El primero celebró con justificado orgullo su breve momento de gloria; el otro nunca olvidará esas inacabables horas de angustia, abrazado a su esposa y preguntándose ambos si volverían a ver a la sonrisita que adoran.

Me he fijado en la cara que pone Bonil cuando dibuja. También sonríe, pero no de manera inocente. No se puede ser candoroso cuando uno pide la palabra y el lápiz para decirle al país que las mafias y  dueños del Ecuador podrán quitarnos lo poco que nos han dejado, pero están allí desnudos, como el rey del cuento, así que podemos reírnos a carcajadas de los calzoncillos de su impudicia con que hacen el ridículo cuando nos atropellan.

A Bonil no le importa la coyuntura política. No le interesa si su caricatura es “conveniente” o “apropiada”. Él solo quiere mostrarnos sus muñecos cabezones que son más exactos que una placa de rayos X porque nos muestran las triquiñuelas del poder que permanecen ocultas. A Bonil lo único que le interesa es hacernos cómplices suyos –como él mismo dice– porque eso es lo único que nos han dejado las mafias: la posibilidad de sonreír y de guiñarnos el ojo sabiendo que allá están ellos, estafando al país, y acá estamos nosotros, los que al menos conservamos el derecho de reírnos de su desvergüenza.

Dejo de escribir por un momento estas líneas y levanto la cabeza. Al otro extremo de la Redacción alcanzo a ver a Juan Manuel Yépez, sentado ante su computadora. La Policía piensa que los secuestradores de su hijita fueron unos delincuentes y que ya todo terminó.

Con eso Juan Manuel y su esposa se tranquilizan, o al menos tratan de tranquilizarse.

Mientras tanto, sus colegas nos repetimos una y otra vez: “menos mal que solo fue eso”, sin darnos cuenta de la barbaridad que estamos diciendo.

Y es que nos aterra la posibilidad de que se trate de otra cosa. Porque todos recordamos las preguntas y repreguntas incómodas que Juan Manuel hizo en tal o cual ocasión. ¿Y acaso en Guayaquil no le dispararon ya al presidente de un canal de televisión y dejaron muerto a su chofer? ¿Y acaso en Cuenca no abalearon la casa del directivo de un diario?

Ese es el país que nos están dejando. La selva sustituye a la isla de paz. Puedes reunir a un grupo de gente armada, entrar a una farmacia, matar a todo el que se te pare por delante, y luego decirnos que todo está bien, porque nos estás protegiendo de la delincuencia.

Puedes repartirte los jueces, dictar sentencias por teléfono e insultar a cualquiera que se te oponga, y luego decirnos que todo está bien, porque nos estás enseñando cómo ser líder.

Puedes repartirte la hacienda pública con tus amigos y familiares, burlándote de la pobreza de los pobres que te eligieron, y luego decirnos que todo está bien, porque nos estás enseñando cómo ahora se hace política en este nuevo Ecuador. Y te quedarás tranquilo porque estás seguro de que las caricaturas de Bonil solo causan sonrisas y las repreguntas de Juan Manuel no constarán en los libros de la historia oficial, que te han dicho que la escriben los triunfadores.  ¡Tarde será cuando te des cuenta de la gravedad de tu error!