“Esta niña linda / no quiere dormir / cierra sus ojitos / y los vuelve a abrir”.

Duérmase, niña, para que descanse.

Duérmase, niña, para que sueñe.

Duérmase, niña, para que olvide.

Ella está ahí. Tan niña. Y tan mujer.

Tan mujer que ya es madre, siendo niña.

Duérmase, niña, para que descanse.

Para que olvide, niña, que la vida transformó su cuna en un catre de un lúgubre cuarto de cualquier hotel, donde varias veces al día acude en compañía de un desconocido frente al cual desnuda su cuerpo que no acaba todavía de formarse.

No son caricias de ternura las que recibe. Son garfios de lascivia los que aprisionan su carne y la estrujan con la feroz furia del deseo.

Ella cierra los ojos.

Y quisiera tenerlos cerrados así, para siempre, hasta la eternidad. Pero la última vez falló en su intento.

Y regresó a la realidad del abandono, del desamor, de la pobreza.

Regresó a su niñez de niña que no tiene más recurso para subsistir que el de ofrendar su cuerpo. Para eso sale siempre a la misma esquina y espera la llegada de un cliente.

Quizás por esa razón, ahora que la tengo al frente, tan niña, la veo tan mujer. Oigo que salen de su boca palabras que no merecen ser suyas, angustias que deben serle extrañas, pero que no lo son. Habla de su marido con palabras de niña y con palabras de mujer cuenta cómo soporta sus palizas. Con palabras de niña dice que nunca conoció a su padre. Y con palabras de mujer habla del sida, del aborto que tuvo, del condón.

Duérmase, niña. Duérmase.

Y olvide.

En esa esquina donde ella se planta a esperar clientes, nunca está sola. La acompañan tres o cuatro niñas más, con quienes hace bromas y también una hoguera para sortear el frío del atardecer. A veces pasa la policía y las detiene. Y entonces ella piensa en su hija, a la que quiere darle un mejor destino: quiere que ella juegue, estudie, se prepare. Y que jamás tenga que ganarse la vida haciendo, como niña, lo que hace una mujer.

Quisiera abandonar esa vida, pero no puede. Sabe que no hay quién vele por ella, una institución que se preocupe por su suerte. ¿Dónde iría? ¿Quién le acogería?

Tan niña, tan desprotegida, que no tuvo más alternativa que salir a la calle para ser mujer. Y así aprendió a desnudarse y a templarse sobre el catre para complacer al hombre que la busca niña, que la desea niña, que le paga por niña para que cumpla su tarea de mujer.

Duérmase, niña, para que descanse.

Para que sueñe.

Duérmase, por favor, para que olvide.