Dejemos por un momento a Ivonne Baki y Mauricio Yépez que se disputen celosamente la progenitura de un tratado de libre comercio que nos va a atar más profunda y desigualmente a un solo mercado.

Dejemos a la ministra Baki en su conmovedora tarea de combatir el trabajo infantil en las bananeras, no porque sea esta una política social sino porque es una caprichosa exigencia del gobierno norteamericano. (Hay modos y modos de vivir la desvergüenza en este mundo).

Dejémoslos y miremos alguna vez hacia Europa, que este 1 de mayo se convertirá en una sola comunidad de veinticinco países.

Y no por el prurito de mirar hacia Europa, sino por la necesidad de despejar un poco nuestro horizonte, contaminado por los intereses y las perspectivas norteamericanas.

Desviemos la mirada por un momento, aunque sea únicamente para tomar aire. Para saber que existen países como Hungría, Estonia, Lituania, Eslovenia o la República Checa con una historia política, cultural, social que deja enormes lecciones (para no hablar de los mercados y de quinientos millones de habitantes).

Hay modos de ser que enriquecen.

Mientras en Estados Unidos la opinión ciudadana es, en buena medida, la soledad de una multitud silenciosa, o el gesto de un fragmento que se manifiesta a contracorriente, en Europa permanecen las expresiones sociales que defienden modos humanos de sobrevivir. Mientras en Estados Unidos son las rencillas en el interior de la secreta política oficial lo que mina los delirios de un George W. Bush, en países europeos como España, Francia o Alemania, las arbitrariedades del poder político se definen en el espacio público por excelencia: la calle.

Mientras el régimen político de Estados Unidos, solapadamente a veces, descaradamente otras, nos compromete en la guerra colombiana, Europa proclama con claridad que su apoyo no es a los que protagonizan la guerra sino a las víctimas inocentes de la guerra: los empobrecidos por ella, los refugiados, los abandonados, los exiliados en su propio país. Sin embargo, cuando la Unión Europea se pronuncia en esos términos y desoye las lamentaciones artilladas del presidente Uribe, nadie entre nosotros recoge ese pronunciamiento para fortalecer una política social frente a la guerra.

Si echáramos números, en el sentido más prosaico pero más concreto de la cooperación internacional, el balance favorecería, sin duda, a Europa. Y no hablaré de la cooperación oficial, sino de aquella que viene de la colecta pública, de la solidaridad, del sentimiento de que existe una deuda histórica por pagar; entretanto las élites políticas o económicas norteamericanas parecerían alimentar la convicción de que es el mundo, y particularmente nosotros los latinoamericanos, los que estamos en deuda con ellos.

Paradojas y delirios del poder.

Hay temas pendientes con Europa, por ejemplo, las políticas de migración que, en algunos casos, se debaten entre la obligación de atender prejuicios culturales y hasta raciales y la apertura a una mano de obra que no deja de enriquecer a las sociedades europeas. Mirar Europa es también mirar a la emigración.