Desde las tribunas los aficionados amarillos y azules sugieren cambios, estrategias, insultan a los futbolistas rivales y viven el partido de una manera diferente. Ayer asistieron más de 20.000 hinchas a observar el clásico del astillero entre Emelec y Barcelona, jugado en el estadio Capwell. Un hincha amarillo en la Boca
Aún faltaba una hora para que se iniciara el partido y la general del Capwell ya retumbaba con los saltos de la Boca del Pozo. Afuera, a las 16h00, las boleterías para esta localidad tenían una fila de una cuadra en espera, pero las entradas estaban totalmente agotadas.

Adentro, 5 mil personas que lograron copar las gradas que da a la Av. Quito esperaban con ansiedad el clásico del astillero. Cuarenta y tres hinchas colgados en las mallas alientan la salida del equipo eléctrico, las banderas azules se agitan, pero de repente un grupo saca la bandera símbolo de la barra adversaria, aquella que la Sur Oscura exhibe en la general del Monumental.

“La robamos y ahora la vamos a quemar”, cuenta un aficionado. Pero antes, el lienzo amarillo de unos seis metros se extiende sobre la barra azul, los hinchas la estiran, la rompen, la despedazan; unos rompen un pedazo de la tela y lo amarran a sus zapatos. Lo que queda del emblema amarillo se lo guarda para quemarlo en el entretiempo.

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Así los “boqueros” expresan su aversión a los rivales. Pero, solo hay un barcelonista que es aceptado en la Boca del Pozo, es Carlos Bravo, al que todos le gritan Mocho cuando quieren comprar agua. Su mano izquierda hace doble trabajo, por su brazo derecho amputado. Para el segundo tiempo ya vendió todo y se instala en el centro de la Boca.

“Sale que eres barcelonista”, le grita alguien. Mocho  contesta: “Solo cuando hay clásico vienes”. Las risas se comparten, son solo bromas entre ellos. “Cómo no los voy a querer, si la Boca del Pozo le da de comer a mi esposa e hijos”, comenta Carlos. “Yo soy barcelonista pero la Boca  es la mejor barra del país, van perdiendo y alientan al equipo y el empate llega”, Carlos comenta y comparte el empate con su “amigos” emelecistas.

No se cumplió pronóstico
El pronóstico para la familia Meléndez Coello se cumplió a medias. Límber Meléndez acudió ayer con su esposa e hijo, Límber, al estadio Capwell cerca de las 16h00. El primero de ellos dijo antes del partido que su equipo, Barcelona, iba a ganar 2-1 con goles de Rodrigo Teixeira y Danny Vera. Esa historia fue la más emotiva para ellos porque coincidió con los nombres de quienes anotaron en el primer tiempo.

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A los 31 minutos llegó el gol de Danny y cinco minutos más tarde el de Teixeira. La alegría, los cánticos y el festejo se hicieron presentes. El padre del pequeño Límber Daniel agarró a su hijo, quien lo sostenía en sus hombros y lo puso en las mallas del estadio Capwell para festejar, como si se tratara de otro integrante de la barra Sur Oscura, cuando en ese instante era imposible que los 18 efectivos de la Policía, que se ubicaron en las últimas gradas del palco de la San Martín, pudieran controlar a la eufórica barra canaria, que se volcó a las mallas a festejar los goles.

El triunfo parecía que se iba a quedar con los visitantes. Comienza el segundo tiempo y al minuto 47 llega el gol de Juan Triviño. El pequeño Límber Daniel, aún apostado en las mallas viendo el partido no sabía qué ocurría. Pero su padre se desanimó un poco y lo bajó para que se sentara. El pequeño comenzó a comer unos chifles, mientras su padre seguía alentando a su equipo. Al minuto 60 llegó el empate para los locales a través de Wellington Sánchez.

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Un minuto después la barra de Emelec sacó una bandera de Barcelona y le prendió fuego. Los ánimos se calmaron entre la afición amarilla, que a ratos cobró vida con dos jugadas de peligro del paraguayo Fernando López y Teixeira. Al final, Límber no pudo ir a festejar en la casa de su suegro que es emelecista. Ellos se fueron a su domicilio.