Tricampeón de la Fórmula 1, Senna encarnó la esperanza de éxito para millones de brasileños, que el 1 de mayo de 1994, al conocer la noticia de su muerte en Ímola, Italia, se sintieron súbitamente huérfanos del más respetado ídolo del deporte brasileño en toda su historia deportiva.

El día que murió, Senna partió primero en San Marino, le seguía el alemán Michael Schumacher. Allí hizo cinco vueltas detrás del auto de seguridad antes de la reanudación de la carrera. Nadie  podía pronosticar hasta ese instante que minutos después el Williams Nº 2 se estrellaría a 300 km/h contra un pequeño muro en la curva de Tamburello en la séptima vuelta. “Un elemento de suspensión pasó bajo la visera perforando el ojo, atravesando la cavidad craneana”, declaró un empleado de la Internacional de Automovilismo que recuperó el casco intacto del brasileño. A las 18h40, Ayrton fue declarado muerto.

El fallecimiento de Senna puso un abrupto final a la carrera de un piloto fuera de serie, y la fatalidad tuvo un impacto de una magnitud que nadie esperaba, sin duda ni el propio corredor, que en Brasil lo recibió unos dos millones de hinchas y se lo sepultó con honras de un jefe de Estado.

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