La invasión de Estados Unidos y de otros estados coaligados a Iraq, ha traído problemas a la administración Bush y va a seguir trayéndolos, a tal punto que la propia reelección presidencial corre peligro, pues al tema iraquí se une ahora la aparición de informes comprometedores en relación con el 11-S revelados por la Comisión Interpartidaria del Congreso angloamericano que analiza esos pormenores.

Estados Unidos, o más claramente Bush, se ha dado cuenta de que poco a poco se va quedando solo en la responsabilidad del ataque a Iraq. El New York Times en una crónica publicada esta semana en la que se refiere al libro Plan de ataque del periodista Bob Woodward (uno de los descubridores del escándalo de Watergate, que terminó con el gobierno de Nixon), indica que el propio Collin Powell, secretario de Estado y experimentado militar de alto rango, advirtió a Bush, dos meses antes de la invasión, acerca de las consecuencias potencialmente negativas de esa acción, pero el Presidente, aun así, prefirió atacar, lo que ha ocasionado hasta la fecha la muerte de más de 500 soldados estadounidenses sin que aparezcan las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía Hussein.

Arrepentido debe estar Bush de haber atacado Iraq aunque evidentemente no lo confiesa, y este mea culpa, junto con la aparente falta de atención a un memorándum que estuvo en el escritorio de la oficina oval un mes antes del 11 de septiembre, le costará, posiblemente, un trago amargo a George Walker Bush el próximo noviembre.

De todo lo que se conoce hasta hoy, la invasión a Iraq estuvo errada o se equivocó la estrategia, pues no solo que este país carecía de las armas que se le atribuían, sino que:

1) Iraq no era una amenaza real para Estados Unidos;

2) Iraq no auspició a Ben Laden si bien en su momento fue refugio de terroristas;

3) La política internacional de Estados Unidos, imprecisa y cambiante, permitió que proveyera asesoría y armamento a países que ahora son sus enemigos, mientras que amigos actuales suyos como Pakistán, ayudaron a formar Al-Qaeda;

4) La ocupación de Iraq por parte de Estados Unidos y sus aliados ha permitido que los grupos terroristas islámicos que actuaban individual y separadamente, se unifiquen y hagan un frente común contra la coalición;

5) El objetivo central de la lucha angloamericana debió haber sido Al-Qaeda y Ben Laden, no un país determinado;

6) Finalmente, la guerra ha permitido, por desgracia, que resulte más fácil matar estadounidenses en Iraq que en otro lugar del planeta, incluyendo el propio territorio de Estados Unidos, especialmente en las últimas semanas por el aumento de la resistencia.

Lo curioso es que a pesar de que los ciudadanos estadounidenses no aprueban la guerra ni encuentran justificación al hecho de que sus compatriotas sigan muriendo por una causa que no la ven próxima, el deterioro de Bush –según encuestas recientes de CNN, USA Today y The Washignton Post– no es tan evidente como se supondría. Es uno de los muchos contrasentidos de la democracia que practica un pueblo que siempre se ha preocupado, primero, por la marcha de su economía que por los problemas políticos que desconocen o ignoran. Y la economía amenaza a la nación con una inflación a causa del incremento del precio de la gasolina y de la ampliación del déficit público.