Pero, desde las 06h00 y hasta las 11h00, de martes a domingo, una humita bajo un huevo frito, acompañada por un ardiente café pasado y un jugo de maracuyá, se vende a un dólar en la esquina de Guaranda y Gómez Rendón.

Por ese mismo precio, en el restaurante El Maná, también se pueden saborear otros nueve ‘combos’ similares, reemplazando la humita por un bolón de verde, tortillas de verde, choclo y yuca, encebollado o guatita. Todo por un dólar.

El horario, el precio y la calidad de los desayunos de El Maná, hace que en menos de un mes, ya tenga clientela fija. Las enfermeras del Hospital del Niño y los guardias de seguridad, la gente de horarios y economías difíciles,  del norte, centro y sur de la ciudad.

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Incluso Luis Loor y su esposa Carmen vienen desde Durán –sorteando el tráfico del puente de la Unidad Nacional– a esa esquina, para desayunar a las 07h45. María Avilés, enfermera, lo había hecho un poco antes, con una tortilla de yuca, un huevo tibio, un jugo y una taza de café.

El propietario del negocio, el manabita Luis Chica Zambrano, se permite ponerle a los desayunos un precio bajo, porque posee una finca en Las Juntas, Los Ríos, que le produce choclo, verde, yuca, café, miel de caña y maracuyá.

Es un negocio familiar que ha empezado bien, según Chica, quien alquiló el local al comité de empresa de los trabajadores de La Universal. Cinco personas laboran por la mañana, preparando y sirviendo los desayunos.

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El Maná vuelve a abrir sus puertas de 17h00 a 23h00, pero para vender meriendas, también a un dólar. Arroz con menestra y carne,  pollo,  pescado o pavo, junto a los chifles y el jugo; seco de chivo o guatita. A los cinco trabajadores matinales se les suman otros cinco.

“No quiero meterme a vender almuerzos, esto es simplemente algo que servirá para pagar la universidad de mis hijos”, dice Chica, quien también ideó la Manacard, una tarjeta que cuesta 10 dólares, que vale por 12 desayunos o meriendas, durante un año, y que es transferible.

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Su esposa, su hija y su sobrina ayudan en el local. “Aquí usted me puede ver limpiando la mesa o trapeando el piso, el trabajo es en equipo”, acotó.

Ocho mesas, una modesta cocina, con desayunos y meriendas a bajo precio que tienen ese olor y sabor campesino que agota las excusas para no detenerse a comer.