Luego de leer la declaración del Presidente de la República en el sentido de que su gobierno está más sólido que nunca, uno se atreve a pensar que en el ejercicio del poder se dan hechos y circunstancias que obligan a respuestas alejadas de la realidad, sea por conveniencia, sea por falta de información, pero que nos obligan a pensar si se trata del mismo país en el que todos vivimos.

El Presidente de la República dice aquello, ¿porque realmente lo siente así o porque es simplemente una necesidad de propaganda política? Si fuera lo primero, el gobernante estaría totalmente desconectado de la realidad política del país enrarecida hasta el extremo, gracias a los notables errores y omisiones del Gobierno, pero también debido a otros factores más complejos, que van desde el notorio interés de ciertos grupos de buscar la salida rápida del Presidente a la comprensible actitud de insatisfacción democrática que permite que el pueblo conciba el relevo presidencial, como una cuestión lógica, inevitable y por qué no decir, necesaria. Por eso insisto, que si el Presidente piensa honestamente que su Gobierno está más sólido que nunca, su capacidad de comprender el problema político del país está totalmente quebrantada.

Otra cosa es que por necesidad de otorgar una respuesta política correcta ante tantos embates, el Presidente se refiera a una solidez capaz de alejar cualquier fantasma de cambio de régimen. En ese contexto, podría resultar comprensible lo que el Mandatario dijo, defendiendo a ultranza la vigencia del régimen, especialmente ante la candorosa pregunta de la posibilidad de un golpe de Estado.

Naturalmente, hubiese sido ingenuo pensar que el Mandatario diga que sí, que hay que temer un golpe de Estado, pues ciertamente en ese momento, sus días posiblemente hubieran estado contados. Podría agregarse que una cosa es admitir la existencia de conspiradores, factor permanente en la vivencia democrática del país, y otra, que exista un movimiento que como el coronel Gutiérrez lideró, tenía el propósito específico de derribar al presidente de turno.

En todo caso, son estas conjeturas las consecuencias inevitables del desgaste prematuro de un Gobierno, que luego de quince meses de gestión, no encuentra la brújula y enfrenta en su lugar una marcada erosión en los niveles de credibilidad y respaldo popular. Conlleva tal reflexión otra pregunta: ¿Si el Gobierno estuviese cumpliendo con la tarea encomendada, si hubiese respetado las ofertas de campaña, la posibilidad de destitución, relevo, golpe o como se lo quiera llamar, estuviese tan abierta como ahora? La respuesta es simple, pues más allá de reconocer la complicada noción de gobernabilidad en un país tan fragmentado, otra sería la historia si el encargo del poder fuese interpretado de la manera adecuada.

¿O nos olvidamos de lo que pasaba aquí en Guayaquil hace pocos años, queriendo exorcizar al Municipio, cambiando de alcalde cada mes si era posible, cuando ahora la opinión popular exige más bien la continuidad de una administración acertada? En medio de tanta incertidumbre, el liderazgo político es lo único que permite marcar las diferencias.  Más sólidos que nunca es una cosa. Más solos que nunca, otra.