En la isla habitan 198 personas agrupadas en 46 familias que ocuparán terrenos de 25 por 15 m.
“Recién llego de pescar” es lo primero que Douglas Achiote (32) asevera. La mañana del Jueves Santo pasado estaba en su casa de caña y madera de mangle cuyo techo de zinc tiene agujeros y es de un solo ambiente. Allí se reencontró con sus tres hijos y su esposa después de tres días de pesca en un lugar que llama Mal Abrigo y que queda seis horas río abajo.
“Solo hice 30 dólares para comer toda la semana. Ya quisiéramos que el proyecto venga para que haya más fuentes de trabajo”, manifiesta Douglas, quien vive en la Santay, una isla que está frente a Guayaquil y administra la Fundación Municipal Malecón 2000, entidad que busca fondos para ejecutar un proyecto de desarrollo ecoturístico en la zona.
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Mientras tanto, Johana Achiote, primogénita de Douglas, deslizaba una pluma sobre la primera hoja del cuaderno de su hermano Mario, que ya asiste a la única escuela que tiene la isla.
Se llama Jaime Roldós Aguilera y se creó el 16 de enero del 2000. Johanna ya la culminó. “Siento temor de cruzar a la ciudad y por eso no estoy en el colegio”, expresa la joven mientras hace la carátula.
Las cosas en la Santay no han variado desde ese entonces. La luz no llega ni tampoco el agua potable.
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Cuando el aguaje invade el humedal todo sirve para comunicarse. Los niños utilizan un pedazo de plumafón para trasladarse.
“Lo que da el mar ya no alcanza”, sostiene Douglas. Él vende lo que pesca en “la orilla de al frente del Guayas”, como se refiere al mercado Caraguay de Guayaquil.
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Pero no todos se dedican a la pesca. También está Jorge Parrales, quien hace canoas con “la madera más fuerte, el laurel”, enfatiza. Ahora vive en la casa de su padre hasta que “construyamos las 46 viviendas que habrá en la isla”.
Su progenitor, Benito Parrales, afirma que a veces solo pesca para comer. “Aquí no hay trabajo seguro”, sostiene y acota “no creo que los turistas vengan a esto lleno de agua. A ellos les gusta andar en seco. La Fundación (Malecón 2000) debe hallar la forma más apropiada de mejorar el terreno”.
El hacinamiento es otro problema. Livina Achiote ocupa una casa de 10 por 9 metros con 17 personas.
Ella asistió al curso de tejido que dio la Fundación. “Aprendí a tejer zapatos y carteras, pero ya quiero cambiarme a mi casa”, concluye. Eso es lo que parece que desean todos en un lugar donde la batería es la única fuente de energía eléctrica.