Nuestros antepasados repetían –y hasta ahora es una muletilla– que el Ecuador es un país rico. Con lo que querían significar que había recursos para quien tuviera la creatividad, energía y afán para ir una milla más para cosechar los esfuerzos que dan valor al ser humano y fructifican la riqueza del país.

El factor negativo de esta afirmación está en que el enunciado nos hizo indiferentes al esfuerzo, mientras mirábamos, hasta con admiración, el éxito de un empresariado extranjero que crecía y crecía. Innovación, creatividad, esfuerzo, involucramiento total en su empresa o profesión, austeridad... eran factores que transpiraban siempre en hombres y mujeres que fueron o que siguen siendo adalides en la creación de riqueza o en la presencia del ingreso económico del país.

 ¿Que nos falta recursos? Si los tenemos en abundancia. Hay gente en demasía y por eso emigran: no tienen empleo; hombre o mujer sin trabajo es parásito social. No falta tierra para trabajar; al recorrer el país uno se da cuenta de los kilómetros y kilómetros abandonados o en manos de terratenientes y minifundistas. Agua: recuerdo que hace algunos años asesoraba a un grupo mixto que tenía la intención de hacer una gran plantación de un vegetal de exportación; desde una avioneta hicimos un recorrido por la costa ecuatoriana; la expresión de los extranjeros dueños del proyecto fue que el Ecuador tiene, en general, suficiente provisión de agua.

Cuando se examinan los recursos productivos, se puede ver hasta el mareo, lo que el Ecuador puede transformar en riqueza, para sí y para otros países. Pero es que nos falta capital de inversión, diría alguien sin mucho reflexionar. Lo cual tampoco es muy cierto: en el mundo hay capital que busca en qué invertir, lo que ocurre es que si no hay buenos proyectos redituables, el capital no sale a subasta.

Pero... como en el país existen la aventura política y el industrioso manejador de dinero, el resultado es lo malo sobre lo bueno. El dueño de capital de inversión no siente credibilidad. La confianza viene por la honestidad, la seguridad y la continuidad que el Gobierno crea para la inversión privada. Recordemos: el Gobierno no invierte: gasta.
Frente a las nuevas teorías, conceptos y prácticas que nacen con la globalización, ante un mundo interconectado por redes y amplísima información en internet, las tesis ancestrales que obligan a revisar todos los criterios de inversión y gestión empresarial caen en rápida obsolescencia.

Si duermen los recursos donde la naturaleza los puso, hay otros países que los descubren y los utilizan. La paradoja reside en que procesados en otros países tenemos que comprarlos. El ejemplo típico es el Japón importador de materias primas.

Nuestra lentitud para detectar oportunidades y la tardanza en tomar decisiones cada día nos aleja de la modernidad y de ingresar al club de los rápidos; esto va en contra de la creación de riqueza nacional, el incremento del PIB. Por consecuencia, se genera pobreza.

Mientras tanto, los hacedores de la vida política y los llamados grupos de presión esquilman los recursos financieros. Entre deudas y malas artes, desaparece la “petrolización”. Desorientado el Gobierno, no se manejan los recursos que sí los hay.